¡Ni una vez más!

ramon-casadoRamón Casadó Sampedro

Me siento profundamente rabioso, consternado y dolido, ya que todavía no he sido capaz de digerir las dramáticas consecuencias de los atentados terroristas que han tenido lugar en la noche del viernes, en Paris. Toda Francia y toda Europa están de luto ante semejante masacre, perpetrada por verdaderos asesinos, verdaderos psicópatas que se envuelven bajo el manto del fanatismo religioso para justificar la mayor de las atrocidades.

Hay quienes han definido los hechos como actos de guerra, definición que yo no comparto en absoluto, porque en ninguna guerra el objetivo es la población civil. En un conflicto armado se enfrentan dos ejércitos y, aunque pueden darse muchas víctimas civiles, la verdadera razón de ser es que un ejército derrote al otro. ¿Qué similitud hay entre lo descrito y el hecho rematar a inocentes personas civiles sobre las aceras parisinas?

Cada vez que ocurre un acontecimiento de estas características se levantan multitud de voces criticando las intervenciones de países europeos en los conflictos de Afganistán, Irak o más recientemente en Siria, dado que consideran que ahora somos el objetivo de los ataques terroristas yihadistas como castigo por habernos metido en las mencionadas contiendas. Quiero aclarar que siempre estuve en contra de la intervención en esas guerras, muy especialmente en la de Irak, pues las consideré y las considero unas perfectas excusas peregrinas para justificar el dominio, por parte de las grandes potencias, de importantísimos escenarios geopolíticos que, casualidades de la vida, conservan bajo su subsuelo algunas de las mayores reservas petrolíferas del planeta. Además, la experiencia nos ha demostrado que llegamos allí para empeorar las cosas, pues intentamos implantar procesos democráticos en sociedades semi feudales poco dadas a la forma que tenemos de regirnos en Occidente, sociedades que, por mucho que me duela reconocerlo, estaban mucho más controladas bajo las manos de un tirano que al amparo de una supuesta democracia que no es otra cosa que papel mojado.

Sí, ya se sé que lo que acabo de escribir no es políticamente «correcto», pero no por eso es menos verdad; y sino que se lo pregunten a los libios, a los sirios o a los iraquís, cuyos países están abocados a unas prolongadas guerras civiles llevadas a cabo entre diversas facciones religiosas. Europa vivió una situación similar en el Medievo, en donde los nobles organizaban verdaderas matanzas para arrebatarse un condado o en donde mucha gente moría en la hoguera por ser considerada hereje. Seguramente, si en la Europa del siglo XII hubiésemos intentado implantar réplicas de nuestros actuales procesos democráticos habríamos cosechado un profundo fracaso, pues toda implantación de un nuevo sistema requiere de la existencia previa de un estadio evolutivo y de adaptación, condicionantes que tardaron varios siglos en darse en nuestro continente.

Lo que tenemos que entender es que muchas zonas del mundo todavía están viviendo su particular Edad Media; aunque vuelen en avión, tengan móviles o naveguen por internet; y de eso se valen los grupos terroristas como Al Qaeda o ISIS para captar a multitud de adeptos para llevar a cabo su maquiavélica «Guerra Santa». El Islam es sólo una disculpa, un señuelo que justifica la barbarie, como se demuestra al comprobar que la mayor parte de los muertos en atentados terroristas de esta índole profesaban la religión de Mahoma. Aquí no estamos ante una guerra del Islam contra Occidente, sino cara a un conflicto impulsado por verdaderos grupos terroristas organizados que se valen de la versión más extremista de una religión para lavar el cerebro de sus adeptos. Por supuesto, no son los únicos culpables ya que, tirando de la manta, podemos encontrar más: como los que promueven o alimentan esas guerras valiéndose de fines estratégicos o armamentísticos, eso sin dejar a un lado a quienes venden armas de última generación a los terroristas.

Por tanto, sí, estoy en contra de la intervención en las guerras mencionadas e incluso estoy dispuesto a admitir que haciéndolo se alimentó al monstruo del terrorismo, pero también defiendo que el tema es mucho más complejo de lo que pueda parecer a simple vista y que requiere de actuaciones rápidas para evitar que vaya a más. Al Qaeda, primero, e ISIS, después, pretenden la creación del «Gran Califato» que, entre otras lindezas, considera como suyas todas las tierras españolas y portuguesas que se extienden al sur del Tajo, por lo que la situación es lo suficientemente grave para aconsejarnos combatir al cachorro antes de que se convierta en una bestia adulta. ¿Quiero decir con esto que he cambiado de opinión? Pues no, lo que quiero resaltar es que, ya que cometimos el error de involucrarnos y de contribuir a la alimentación del terrorismo islámico, ahora no podemos dar la espalda a los hechos y dejar que el germen crezca a sus anchas, porque de lo contrario no tardaremos en tener el problema en Marruecos, a las puertas de casa, y magnificado cincuenta veces.

Al terrorismo islámico sólo se le puede vencer si se combate hábilmente en varios planos. Por supuesto, las acciones militares en el terreno donde germina son necesarias, pero no lo es menos la estrecha colaboración que debe existir entre los diversos cuerpos de seguridad europeos, que tienen que actuar al unísono y de forma coordinada ante esta tragedia común. Otro factor importante lo encontramos al formularnos la pregunta: ¿cómo es posible que muchos de los terroristas que atentan en Europa sean nacionales de segunda e incluso de tercera generación?, interrogante que casi lleva implícita la respuesta: «porque no se sienten nacionales, quizás por llevar una vida residual dentro de los muchos guetos existentes en las principales ciudades europeas».

Lo que más lamento de todo esto es que, una vez más, el Pisuerga volverá a pasar por Valladolid, alentando a quienes quieren confundir una oleada humanitaria de refugiados con un caldo de cultivo para nuevos terroristas. Desde luego, no seré yo quien incurra en esa corriente.

Desde aquí, sólo me resta manifestar mis condolencias a los familiares y amigos de las víctimas que han sufrido los atentados, y muy especialmente al pueblo francés con el que me siento unido por un sentimiento solidario.

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