El show continúa.

Juan Cardona CJuan Cardona-(www.juancardona.es)

Asistimos como simple público al espectáculo que a diario nos ofrece la clase política.  La nueva fragmentación del parlamento ha cambiado la función, pasamos del teatro o cine clásico a series televisivas, de la comedia al drama; pero sigue siendo un espectáculo. Los partidos que durante años han conformado las mayorías no saben adaptarse a esta nueva fórmula y para los nuevos; a unos les es dificultoso encontrar su posición y mostrar sus cartas en público y otros las muestran directamente envidando órdago a la grande, a la chica, a los pares y al juego; vamos lo tomas o lo dejas. La escena coral de «Podemos» donde su líder nos obsequió a la salida de las conversaciones con el Rey, con el acto I de la representación, aportando una solución detallada a la investidura de Pedro Sánchez (más que una función dramática parecía el casting de un concurso televisivo), se ha visto superada —fiesta «esmokinera» de por medio— por el acto II escenificado el día 15, donde mostraron el libreto completo y debidamente encuadernado (se echó en falta el apoyo del bebé Bescansa). Para Sánchez un «chollo» no tiene ni que pensar, ya que su vicepresidente lo hará por él, solamente le queda convencer a su propio partido de que las líneas rojas son realmente de un tenue rosa para que el Comité Federal de un: «¡Sí, quiero!». Vamos, una joya democrática.

Mientras la Ley electoral no respete la máxima: «un hombre un voto», poco podemos hacer. ¿Qué existe el peligro de desmenuzar aún más el arco parlamentario?, puede que sí; pero al menos que los diputados tengan un alcance nacional para decidir el futuro de España y no circunscribirse a un espacio geográfico limitado, para eso ya está el senado. Dicen que la cámara alta no sirve para nada; cuando en realidad lo que está es «desnortada». Una nueva ley electoral que recoja este principio sería el inicio de una nueva manera de entender la política. Es difícil para un votante de Murcia o León comprender, como «su partido», de implantación nacional, de prioridad, por pactos electorales, a los problemas de ciertas regiones que buscan, invocando la diferencia, romper con la solidaridad entre españoles con verborreas independentistas o proclamas de superioridad. Las reivindicaciones de los nacionalistas tienen en el senado su foro de discusión. Sería aceptable que cada provincia eligiese un número de senadores proporcional a su población abandonando el criterio constitucional de cuatro senadores por provincia y suprimiendo la corrección por los designados por los Parlamentos autonómicos: un nido actual de retiro de políticos amortizados y un salvoconducto para corruptos aforados, estatus que sin duda hay que borrar de nuestra Carta Magna, de los Estatutos de Autonomía y de la Ley Orgánica del Poder Judicial.

Otra cuestión vital. Mientras las listas electorales al congreso sean cerradas, se debería modificar y definir mejor el artículo de la Constitución que establece que: «los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo». Lo que en un principio parece que defienda a los diputados para votar libremente y no obedecer ciegamente las directrices de su partido, se convierte por interpretación del Constitucional en una simplificación: El escaño es del diputado y no del partido. Para un inexperto «constitucionalista», esto estaría bien si se votasen a las personas y no al partido; pero más saben los tribunales, por tribunales… que por lógica.

Entretanto a esperar quince días, que alguna función habrá con o sin títeres. ¿Y después?, más de lo mismo mientras no se cambien las reglas del juego, o surja un «unus pro omnibus, omnes pro uno» que actualizó, con fortuna, el señor Dumas.

 

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