Modernidad en la ciudad antigua de Cuenca


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Iniciar un viaje por los pueblos y ciudades de España es apasionante. Los hechos históricos se pasean todavía por el presente, conviviendo con lo cotidiano. Da igual la ruta que elijamos. Por ejemplo, si subes por las Tierras Altas, puedes oir cabalgar a los reyes de Aragón viniendo hacia Castilla y aún más, sentir el peso de los Mendoza en estes territorios.

Pero ahora, cambiemos de ruta y adentrémonos por la Tierra sin Agua, Al-Mansha en lengua árabe, origen del topónimo La Mancha, hasta llegar a Cuenca y comprobaremos que todo gira en torno a la conquista por Alfonso VIII en 1177 de Qüntia, nombre de la ciudad en árabe.

Después de unos días, te acostumbras a subir las cuestas que llevan de la Ciudad Nueva a la Ciudad Antigua situada entre las hoces de los ríos Júcar y Huécar, cuyo centro neurálgico es la Plaza Mayor, a la que entramos atravesando los arcos del ayuntamiento. Plaza pequeña a dimensión de la propia urbe, en uno de cuyos extremos está situada la catedral gótica de Santa María y San Julián, patrón de la ciudad.
El templo fue creado al transformar la mezquita primigenia por la conquista alfonsina, posteriormente enriquecido con diferentes intervenciones a lo largo de los siglos, hasta llegar a incorporar a finales del siglo pasado los actuales vitrales abstractos, “De la Tierra al Paraíso”, de Torner, Rueda, Bonifacio Alfonso y Dechanet que recuperan el espíritu de creación y poder de Dios propio de las vidrieras góticas desaparecidas, buen ejemplo de unir modernidad con antigüedad.

Esa unión del pasado y presente está muy viva en Cuenca, y lo representan perfectamente los inmuebles con sus balconadas gravitando sobre la hoz del Huécar, las Casas Colgadas, sede del Museo de Arte Abstracto Español. Acertada decisión en los años sesenta de albergarlo en un inmueble del siglo XV, impulsado por Fernando Zóbel que le da una dimesión y una proyección diferente a la ciudad. Allí podemos contemplar obras de Miralles, Chirino, Chillida, Tàpies o el propio Zóbel. Otro ejemplo, es la fundación Saura en el antiguo palacio de los Cerdán de Landa, la Casa Zavala, aunque diversos conflictos entre herederos y albacea de Antonio Saura con la Administración Autonómica por su legado empañaron la visión de la obra del artista. Pero eso sí, da su nombre al edificio que alberga la Facultad de Bellas Artes. También, el centro de arte contemporáneo de la fundación Antonio Pérez en un antiguo convento de carmelitas del siglo XVI.

En poco espacio físico, la Ciudad Antigua alberga calles empedradas, escalinatas, miradores, precipicios y balconadas a los dos ríos que la orlan, pasadizos como el Cristo del Pasadizo, barrios árabe y judio con centro en la plaza Mangana, los túneles de Alfonso VIII refugio antiaéreo de la última guerra civil, ruinas de su castillo, palacios y museos. Mucha historia condensada.

Para reponernos del intenso paseo y del frío, nada mejor que atacar un morteruelo, un ajo arriero, un cordero, unas perdices o unas truchas, regado con un vino de la zona y rematado por un buen queso manchego y el imprescindible alajú. Buen provecho.

 

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