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Julia Mª Dopico Vale
Caro amigo. Vete pues, que las Parcas te reclaman.
Nos sorprendía la noticia de la muerte de Enrique Jiménez Gómez, médico de profesión, músico de vocación que ocupaba el cargo de Vicepresidente y Secretario General de los Cursos Internacionales de “Música en Compostela”, siendo pieza angular en la organización y participación de estas jornadas musicales a las que acuden cada mes de agosto estudiantes e intérpretes profesionales procedentes de todos los lugares del mundo para aproximarse al patrimonio artístico universal de la música española configurándose además en sí mismo, parte de este patrimonio.
La afición musical de Enrique Jiménez comienza con la mandolina y el violín, acudiendo por primera vez a la cita con la gran música en 1962 como oyente en las aulas de Gaspar Cassadó. Los derroteros profesionales le llevaron al mundo de la medicina pero a finales de los 80 entró en el Consejo Directivo del Curso y como él mismo afirmaba “desde entonces hasta hoy”.
Nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes, “un honor inmerecido y una obligación que adquiero de servir con máxima humildad los fines de la música”, mantiene su testigo hasta el último momento dejando así un espacio inmensamente vacío.
Amable, cordial, humanista, profundamente culto… velaba por el cuidado de los intérpretes y creadores de Galicia, apostando por nuestros propios talentos a los que aconsejaba “estudiar para saber-no para aprobar exámenes-, para cultivar la sensibilidad”. Algo que él siempre supo poner en práctica haciendo del lenguaje a través de su conocimiento y delicadeza viva historia desgranada en motivos musicales, eruditas palabras dedicadas por ejemplo a los Preludios de Mirambel o a la Música Callada. Música que sonará planetaria para recibirle en un nuevo y estelar universo de armonías perfectas.
Vaya para él, el hombre, el amigo el más cálido de los abrazos en la postrera despedida- “de lágrimas la tierra humedecida”-.
