Afirmación nacional y nacionalismo

Juan Prado Piñeyro. Abogado.

Hace unos días recibí un correo electrónico en el que se me remitía una dirección digital del diario El País, fechado en 19 de mayo, que contenía unas declaraciones del pianista británico James Rhodes. Este hombre había publicado un libro titulado “Instrumental” en el que narraba su vida desde que fuera objeto de abusos sexuales a lo largo de buena parte de su niñez. El personaje quedó indefectiblemente marcado, hasta el punto de que ello le sumió en un mundo terrible de drogas, autolesiones, alcohol, intentos de suicidio, y todos los horrores psicológicos al alcance de una imaginación. Casualmente ese libro había caído en mis manos unos meses antes, lo que acrecentó mi interés en consultar dicho correo electrónico que, por cierto, puede ser consultado por quien se interese, metiéndose en google y marcando James Rhodes, y dentro del menú de vistas, o como se llamen esa líneas azules, picar la relativa a la que señala página de El País.

En dicho correo James Rhodes habla de España, sin exagerar, como el mejor País del mundo para vivir. Se refiere a la alegría y nobleza de su gente; por supuesto a la alegría y vistosidad de su gastronomía, incidiendo en esa práctica habitual de “las tapas”. Elogia sus visitas al Thyssen, Reina Sofía y museo del Prado, o paseos por las inmediaciones del Palacio Real. Se siente abducido por el descubrimiento de la Cava Baja, o de la Plaza Mayor de Madrid; el pasear tranquilo de la gente, en contraste con el agobiante trasiego londinense; destaca esas características incluso en el trato humano y distendido del médico de asistencia domiciliaria cuyos servicios tuvo que utilizar en alguna ocasión, y ello a coste de 32 euros, que es lo que pagaba de seguro médico, cuando en Londres cuesta diez veces más; los taxistas amabilísimos; incluso el lenguaje de la calle, con expresiones tan entrañables y divertidas como ñaca ñaca, rifirrafe, tiquismiquis; se refiere también a varios personajes del arte o espectáculos llamados “Javier” dignos de su admiración, hasta el punto que nos deja caer su intención de llamar así a su próximo hijo. Y después de hacer referencia a distintas regiones de España por las que viajó, destaca que todas esas notas de luz, alegría, desparpajo, trato entrañable, etc. son comunes a todas ellas, con la gracia añadida de sus acentos e idiosincrasia. Termina diciendo que tras diez años de supervivencia, que no tenía nada claro hace un año, jamás se había visto tan bien como se ve ahora, y mucho de ello se lo debe a España.

Visto el título del artículo, y las palabras preliminares ya habrán adivinado los lectores por dónde discurre el camino que pretendo tomar…

Hace una semana regresé a mi domicilio en Las Palmas de Gran Canaria, después de haber estado un mes en la Península. Los últimos días los pasé en Madrid. Y allí me encontré con unos amigos entusiastas del grupo político “Ciudadanos” que me arrastraron al Palacio Municipal de Congresos, en el que dicho grupo presentaba la Plataforma Civil de España Ciudadana. Yo no tenía ni idea de qué se trataba. Ya una vez iniciado el acto empecé a entender la razón de ser de todo aquello. Habló en primer lugar un famoso periodista (disculpen no diga nombres, pero es que escribo de memoria, y al fin y al cabo lo que importa son los contenidos). Relató su experiencia en momentos previos al asesinato de Miguel Ángel Blanco, por tener encomendado el encargo de la crónica; también se refirió a esa cena de nochebuena en la que se encontraron, como era habitual en esas fechas, miembros de la familia en la que coincidían distintas tendencias políticas, incluidas ideas independentistas, con lo que no podían faltar esos consiguientes ‘rifirrafes’ que tanta gracia hacían a J. Rhodes, y que se resolvían con el buen sentido de la zapatilla de la abuela en forma de, no por cariñosa menos contundente, amenaza. Luego habló una chica enormemente entrañable, que a mí me resultó especialmente emotiva porque tenía la edad de mi segunda hija y no pude menos de personalizar su discurso. Recuerdo su nombre por razones obvias, Jimena. Creo recordar que la presentaron como escritora, pero su intervención tuvo que ver con una leucemia que llevaba padeciendo durante varios años hasta que le dieron la milagrosa noticia de haber encontrado una médula compatible que le salvó la vida. A continuación apareció en el escenario un jugador de Waterpolo que de forma muy simpática nos relató la transición del equipo desde su formación hasta ganar una medalla de oro olímpica. Y por último habló un científico de origen cubano que investiga sobre el cáncer, y que eligió España como lugar para quedarse definitivamente para vivir y dedicarse de pleno a su profesión.

El denominador común era “España”. Por resumir: el periodista incidía en que a partir de lo de Miguel Ángel Blanco los españoles se unieron y ahí se inició el fin de ETA; Jimena dijo estar agradecida a los médicos, enfermeros, y demás personal sanitario, a los que reconoce un trato de excepcional humanidad, y excepcional profesionalidad. Venía a concluir que siente mucha pena cuando oye hablar mal de la sanidad española, cuando ella ha podido comprobar en propia piel que, a pesar de los defectos que podrá tener, es la mejor del mundo. El deportista contaba que al principio todo eran fracasos porque cada equipo iba por su lado. Pero hubo un entrenador clarividente que se planteó unir lo mejor del waterpolo de toda la Nación y trabajar como un solo equipo. Así logró, tras varios intentos rozando éxitos absolutos, llegando a varias semifinales, lograr un oro olímpico. Todo ello fue posible uniendo esfuerzos de españoles de distintas procedencias territoriales. Y por último, el científico, vino a decir que, después de años de trabajar y formarse en Estados Unidos y Alemania, decidió venir a España, dónde fue acogido de inmediato, y dónde se sintió en su casa, encontrando la estabilidad en el aspecto familiar, social y personal.

El mensaje era ese universal de “la unión hace la fuerza”. En otras palabras, si los españoles damos lo mejor de nosotros volveremos a tener un puesto en el mundo, y recuperar el prestigio acorde con nuestra Historia, heredada de nuestros antepasados, dejando de lado esa leyenda negra, falsa y contaminadora que está fragmentando una realidad constatada a lo largo de los siglos, hecha a base de letras que, como sugiere Elvira Roca Barea en su libro sobre la imperiofobia, se han enquistado en el alma colectiva de una Nación extraordinaria y que no hacen otra cosa que poner en tela de juicio algo tan merecido y legítimo que es el orgullo de sentirse español.

Terminó Albert Rivera, con su ya perenne discurso en el que incide en todo lo dicho, pero, ¡ojo!, todo ello con la finalidad de lograr una España solidaria, en la que la democracia se sienta enriquecida, y en la que el bien común y el desarrollo económico y social se manifieste de forma igualitaria y justa, y dentro de y, en comunión, con los países que conforman la Unión Europea, a diferencia de esas otras afirmaciones del pasado que pisoteaban los derechos más sagrados del ser humano, para justificar la preeminencia de lo suyo.

Al día siguiente de la creación de la Plataforma Civil de España Ciudadana ya oí a algún periodista de esos que cubren las tertulias televisivas, que estos nacionalismos, tengan el signo que tengan, le provocan muchos recelos. Estaba refiriéndose a la Plataforma como expresión de nacionalismo. Y esta es la razón que me movió a escribir este artículo. Quiero responder desde aquí a ese periodista y a todos lo que piensen lo mismo, que no es lo mismo Afirmación Nacional que Nacionalismo. Lo primero pasa por recuperar el orgullo de un pueblo cansado de sentirse despreciado, para mejorar la vida de todos los que han convivido siglos y se han constituido en ese pueblo luminoso y alegre, solidario y humanístico, en el que todos aportan y todos caben, trabajando dentro de una Unión que convoca a todos los pueblos de Europa que persiguen lo mismo, y lo segundo, tal como se respira a diario, resulta excluyente, xenófobo, y valga la expresión, estúpido, que se niega a reconocer la evidencia histórica utilizando argumentos inventados, disgregadores, falsos, y extemporáneos, propios de una esquizofrenia carente de pies y cabeza. Y quiero terminar diciendo que yo no pretendo con estas letras apoyar al partido político ‘Ciudadanos’. Lo utilizo como medio de análisis para desarrollar el objeto del título. Si con ello se les favorece no será más que por lo que defiende, con lo que nadie en su sano juicio puede estar en desacuerdo. En otras palabras: al pan pan, y al vino vino.

 

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