El juego de «tócame Roque»

Gabriel Elorriaga Fernández

Las relaciones de Pedro Sánchez y Quim Torra son el juego de “tócame Roque”. Tócame Pedro, que pongo pancartas contra el Rey y voy a atacar al Estado. No me toques Pedro que ya no ataco sino que acuso y las pancartas son libertad de expresión. Un juego de cobardes en que nadie toca nada ni llama a las cosas por su nombre. Porque nadie quiere perder nada ni ganar nada. Sánchez sabe que no puede dar un paso fuera del pacto de complicidad que le permitió ocupar La Moncloa. Torra sabe que a los instrumentos políticos y ejecutivos del Estado le sobraría media hora para acabar con su farsa si no estuviesen amordazados y maniatados por un Gobierno condicionado por los enemigos del Estado.

Todo es apocamiento y ñoñería de unos y otros. No se menciona al yihadismo como autor de los atentados pero se aprovecha el evento para vituperar al Estado español. No se retira una pancarta que supuso el riesgo de mantener un espacio ciego de inseguridad de doce metros frente a las autoridades porque es más importante la libertad de expresión anónima desde las ventanas, pero no se puede mencionar al terrorismo islámico. Se recordó a las víctimas de distintas nacionalidades de los atentados ocurridos en Barcelona y Cambrils el año pasado con una ceremonia que tuvo la adecuada dignidad y relieve por la presidencia de los Reyes y autoridades del Estado.

Los crímenes se realizaron con una furgoneta, unos cuchillos y se preparaban otros con botellas de butano y productos de droguería manejados por fanáticos yihadistas. Pero el “agitprop” de los separatistas catalanes no gastó una letra para condenar al extremismo islámico pero se ocupó de colgar otra pancarta desde otra ventana de la plaza donde se celebraba la luctuosa conmemoración en la que se veía la imagen del Rey de España saludando a un dignatario de un país árabe. La intención era acusar a la industria española de vender material de defensa a alguna nación árabe soberana perteneciente a la Organización de las Naciones Unidas que, al parecer, no es del agrado de los separatistas catalanes. No consta que ninguna nación árabe con relaciones diplomáticas con España haya cometido atentados o cualquier tipo de agresiones en territorio español ni que tenga restringido su derecho a poseer legítimamente sus propias fuerzas armadas regulares normalmente equipadas. Se comprende que los independentistas no podían condenar la fabricación de furgonetas, botellas de gas o cuchillos por la industria catalana pero esto no justifica su odio contra las naciones árabes, contra el Estado español y su ominoso silencio sobre las criminales organizaciones promotoras de los atentados.

En otra ventana de la plaza el “agitprop” separatista mantuvo la otra pancarta con la imagen del Rey boca abajo, lo que salvo por los enterados del lugar, para el resto del mundo fue interpretado como un error técnico. Lo que estaba claro era el mensaje que decía en inglés que el Rey de España no era bienvenido en los países catalanes. Lo del inglés se supone que era para que lo entendiesen en Glasgow, por ejemplo, en caso de que alguna televisión internacional se esmerase en captar tan interesante opinión. Eso de que no sea bienvenida la alta persona rodeada por la cercanía de los millares de asistentes al acto resulta una afirmación grotesca. Pero más extravagante es la referencia a los países catalanes, entidad ilusoria de imprecisos límites, de difícil comprensión internacional, que en ningún caso se entiende que pueda ser representada por la opinión de unos partidos regionales, desunidos y minoritarios dentro de los límites establecidos como Comunidad Autónoma denominada Cataluña dentro de la unidad del Estado español. Si tales países son un delirio imperialista o solo una pretensión de influencia cultural es asunto a preguntar a los autores del invento que pueden soñar con una pancataluña como los nazis soñaron con una pangermania. Lo que tendrían que explicar es si tal pancataluña se proyectará mediante invasiones o mediante consultas electorales unilaterales fuera del control legal, según su modelo inexportable.

Estas ridículas pancartas que dieron la nota en un acto fúnebre, con el beneplácito de la libertad de expresión según la interpreta Quim Torra no admiten el calificativo de antimonárquicas. Son ruidos reiterativos de la misma matraca contra la unidad de España y contra quien la representa. Si existiese un presidente de la República española tampoco sería bienvenido a esos fantásticos países catalanes, según lo decide el “agitprop” separatista. El “agitprop” separatista se desgañitó para extender la proclama de “Cataluña no tiene Rey”. Pero lo que sonó contundentemente es que ellos, los independentistas, no tienen Rey ni Roque. Es difícil pronosticar hasta cuando los catalanes van a soportar este juego de “tócame Roque” como única inspiración de su desgobierno y hasta donde los españoles van a permitir que su jefe de Gobierno también participe en el juego de “tócame Roque” con la unidad de España. Porque este Roque por el momento se llama Pedro Sánchez.

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