Algunas profesiones nuevas

José Manuel Otero Lastres

 Uno de estos días vi en en una red social una escena, que tenía lugar a media mañana, y en ella un viandante que se mantenía oculto, al tiempo que los gravaba, reprochaba a dos jóvenes envueltos en una bandera independentista catalana que, lejos de trabajar, fueran a una manifestación que, al parecer, se celebraba unas calles más allá.

El peatón les voceaba que a esas horas la mayoría de la gente estaba trabajando y que si ellos podían asistir a la concentración independentista era porque vivían subvencionados. Desde luego, la afirmación del transeúnte era un juicio de valor deducido de las circunstancias que rodeaban la escena: era horario de trabajo y los manifestantes estaban en la calle, iban envueltos en una estelada y un poco más adelante había una manifestación independentista, y por su juventud y el modo de trasladarse los jóvenes increpados, lejos de estar impedidos para trabajar, parecían llenos de salud.

La escena me hizo pensar en que cada uno se procura las habichuelas como puede. Una buena parte de los ciudadanos, siguiendo el mandato bíblico del Génesis, nos ganamos el pan con el sudor de nuestra frente. Lo cual nos ha supuesto habilitarnos para ejercer satisfactoriamente nuestro trabajo y dedicar, al menos, un tercio de cada día laborable a prestar los servicios a cambio de los cuales nos remunera nuestro empleador.

Pero, en nuestros días, han surgido empleadores a los que no les interesa cualificación profesional alguna, sino solo “disponibilidad” para convertirse en actores muy secundarios de escenificaciones callejeras en apoyo de ciertas consignas políticas. Con esto no quiero decir que no haya personas ideológicamente convencidas y que acudan a las manifestaciones como ciudadanos que dedican parte de su jornada laboral, con las consecuencias correspondientes, a ejercitar su derecho de manifestación.

Lo que afirmo es que la necesidad de “ocupar” permanentemente las calles en señal de protesta está dando lugar a la aparición de nuevas profesiones, que si hubiera que calificarlas por la intensidad con la que desarrollan su actividad manifestadora, podría hablarse de “Manifestantes”, “Azotacalles” y “Escracheros”.

Se llaman «manifestantes» a secas a los que se limitan a tomar parte, como meros acompañantes, de una manifestación pública. Los que han profesionalizado su disponibilidad para manifestarse no creo que estén demasiado bien pagados.

Mejor lo están, en cambio, los “azotacalles”, los cuales, además de acompañar en una manifestación pública, se prestan a hacer patente su identificación con el motivo de la manifestación y desarrollan algunas actuaciones durante la marcha que producen daños en el lugar por el que discurre la marcha.

Los “escracheros” son los más violentos, su función es romper, destruir o aplastar el mobiliario urbano y hacen visible tal identificación con los fines políticos de los convocantes que tal razón son los mejor pagados.

Vista la voracidad recaudadora de la seguridad social no estaría demás que se hiciera un seguimiento de estos nuevos profesionales y exigirle a los partidos que los dieran de alta como trabajadores fijos discontinuos.

 

 

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