Oliendo a brea

Manuel Galdo
Los bautismos de mar últimamente no se prodigan demasiado en Ferrol, sin embargo si tuve ocasión de presenciar una botadura, estas si son mucho más frecuentes. Ésta me llamó la atención por tratarse de la reflotación (es un decir) de una dorna, embarcación poco frecuente por estos lares, propiedad de Arturo, quien ayudado en la maniobra por unos amigos aficionados a la vela tradicional, aprovecharon la pleamar, después de un laborioso proceso de conservación, para ponerla nuevamente en el
agua.

Toca ahora explicaros el porqué que he cuestionado el término “reflotación” que antes utilicé. Era sabido, que al ponerla sobre el agua y soltar la maniobra, ni a flote, ni hundida, ni a medias aguas. Así que empezó a meter agua por las rendijas del fondo, lógicas después de una larga estancia en seco, se fue hundiendo poco a poco hasta que el agua le entraba por los imbornales anegando los corredores, pero como también era sabido ahí se quedó, semi hundida, a la espera de que en el lógico proceso natural, la madera se encharque y con ayuda del “pichi”, o lo que es lo mismo la brea, se “hinche” lo suficiente para que cierre las ranuras consiguiendo así nuevamente la estanqueidad del casco y que «LAPEPA«, que así se llama la dorna, flote nuevamente.

Me llamó la atención, un día, un cobertizo del que sobresalía, por falta de espacio, la proa de una embarcación y mi curiosidad me llevó a ver de qué tipo de embarcación se trataba. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que no era ninguna embarcación al uso, de esas que son características de nuestra costa: chalanas, bucetas, media construcción  -también conocidas como merachas-, botes pulperos, naseros o de otro tipo, no, era una embarcación peculiar y muy poco frecuente por estas latitudes.

Pero no fue esa mi única sorpresa, hubo más, ya que un artesano, de los que quedan pocos, se afanaba en conformar la madera de que se componía la embarcación, que no era otra que una “dorna de tope”, nombre que le viene dado por la forma de asentar la madera, conformándola y dando forma al casco característico de la zona de las Rías Bajas y muy poco frecuente por estos lares.

Decía que quedan pocos artesanos que practiquen este oficio en referencia a los carpinteros de ribera de los que, en un tiempo, proliferaban por Ferrol, pero que a día de hoy, mal que nos pese, es un oficio casi en extinción y que, como tantos otros, pasará pronto a ser historia, si alguien no lo remedia. “ Una pena”.

Gubia en mano y martillo en la otra, Arturo, su propietario, daba forma a la madera adaptándola a las caprichosas y necesarias formas de la embarcación que se afanaba en reparar. Una cornamusa, un guardacabos, un tolete, el fondo, un costado, las cuadernas, nada se le resiste, las fabrica o repara con mimo, ya que siendo como es un hombre comprometido con la naturaleza, a la que defiende como si fuera suya, bueno una parte si lo es ya que nos pertenece a todos, y lo sabe, y la cuida colaborando activamente en su mantenimiento con sus prácticas sostenibles.

Las caminatas y la bicicleta como divertimento y la realización de cualquier actividad conducente al mantenimiento o recuperación de espacios públicos de forma altruista, son algunas de sus inquietudes y, como no, la náutica deportiva y las embarcaciones clásicas en particular, afición, esta última, que le llevó a adquirir esta dorna, que siendo como es una joya del patrimonio marinero gallego, él repara con mimo, manteniéndola en perfecto estado de revista y para lo que emplea diferentes maderas, desde pino del país a otras más duras y sofisticadas, xatoba, ukola, sapeli u otras que utiliza a su criterio dependiendo de la función que vayan a desempeñar o de la parte de la embarcación donde vayan a ser empleadas.

Se trata de un casco de casi seis metros de eslora -largo- por 2,20 de manga -ancho-, cuyo fondo en “V” profunda le proporciona unas características marineras que pocas embarcaciones tienen, permitiendo incluso habilitar un vivero aprovechando el espacio muerto debajo del banco central, con trasiego de agua salada que permite mantener el cebo vivo para dedicarlo a las labores de pesca para los que fue diseñada la embarcación.

El uso que Arturo dará a su dorna es meramente deportivo por lo que se afana tratando de mejorar su eficiencia y rendimiento en navegación, a veces ayudado por sus compañeros de la sección de vela tradicional del “Clube do mar Ferrol” que tienen sus mismas inquietudes, realizando para ello algunas variaciones en la geometría y
longitud del mástil al objeto de que pueda soportar un aparejo con dos velas de mayor superficie que la vela cuadra que llevaba originalmente.

Una vez finalizadas la obras para de recuperación del Dique de La Cabana y de los tinglados y talleres que en el recinto había, quizás sea la ocasión para “mantener” vivo el oficio de carpintero de ribera y tantos otros que están a pique de desaparecer por falta de actividad y la falta, también, del relevo generacional que sería necesario y que Arturo, con su actividad particular, trata de evitar, sin perder la esperanza de que algún día se puedan utilizar estas instalaciones para el fomento de los mismos.

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Un comentario

  1. Enhorabuena por el bonito artículo, por la recuperación de la dorna y por el deseo de que el Dique de la Cabana se tilice para lo qe originalmente se concibió.