Golpes de estado «typical spanish»

Juan Cardona — (juan@juancardona.es)

Antes de comenzar esta exposición, me confieso en público: ¡No soy partidario de la pena de muerte!; eso sí: «el que la hace la paga», y también me gusta que las penas sean verdaderamente proporcionales al daño realizado y cumplirse, en muchos casos íntegramente.

Revisemos nuestra historia de comienzos del siglo XIX. Después de la invasión napoleónica, España, aparte de asistir sin mucho desconsuelo al finiquito y descomposición del imperio, tuvo un principio de siglo algo movido: Con la Constitución a cuestas y los cambios políticos respaldados, de forma voluntaria o forzosa por un Rey que pasó de ser «el deseado» a ser considerado un perfecto «felón», y donde algunos generales intentaron cambiar el curso político de nuestra nación aportando su sentir liberal. Destacamos unos cuantos golpes que no finalizaron demasiado bien para sus promotores.

En 1815 en general Juan Díaz Porlier intento reponer la constitución de 1812, «La Pepa», a la que Fernando VII le había dado una corta vida, solo dos años. Al fracasar el golpe de estado, el ilustre marino fue degradado de su rango, trasladado en burro a la plaza de España de La Coruña donde fue ahorcado en público negándole la gracia de morir fusilado. Un año más tarde el general Vicente Richard volvió a fracasar con el mismo objetivo. Esta vez se siguió el mismo protocolo con el añadido de que su cadáver fue decapitado y expuesta su cabeza al pueblo de Madrid en la plaza de La Cebada. Sin pasar otro año el pronunciamiento liberal encabezado por el General Luis Lacy Gautier, héroe nacional, fue condenado a muerte y fusilado en Palma de Mallorca. El del año siguiente fue el coronel Joaquin Vidal, que en su arresto se defendió espada en mano siendo herido de gravedad. Falleció al pie de cadalso donde colgaron a 12 compañeros de aventura.

En 1820 cambio la suerte de los pronunciamientos y triunfó el promovido por Rafael de Riego que forzó a que el Rey volviese a jurar la constitución de 1812. Vida efímera la de «La Pepa», Los Cien mil hijos de San Luis la enviaron nuevamente al cajón del olvido. En el intento de hacer frente a los franceses le cuesta la vida a Riego, derrotado y malherido en combate, es ahorcado y decapitado: pagó a un alto precio su éxito anterior.

Todas estas intentonas de corte liberal se dieron en un espacio de ocho años. Continuó la política moviéndose por el camino absolutista hasta la muerte de Fernando VII que se despidió con otra especialidad hispánica: el comienzo de las guerras carlistas que sembraron de cadáveres, parte del suelo patrio, combatientes que en gran medida entregaban su vida sin saber muy bien qué defendían. Veían mover el árbol, pero no divisaban quien recolectaba las nueces.

Los tiempos han cambiado, la pena de muerte es cuestión del pasado. En el ya lejano año 1981, los principales implicados en el fallido golpe del 23 F, el Teniente General Milans del Bosh, el General Armada y el Teniente Coronel Tejero fueron condenados a 30 años (libertad condicional 1990 para Milans, indulto en 1988 para Armada y libertad condicional en 1996 para Tejero).

Hoy en día todo es más «guay», los golpes de estado son «ensoñaciones colectivas» que se alcanzan exclusivamente por los elegidos y reservado a seres superiores que proclaman embelesados la independencia unilateral de una parte de España. Auto fallida su proclama fueron condenados, a un máximo de 9 años -la pena superior- y a otras inferiores el resto. Sin embargo, la apuesta ganadora predice que no cumplirán dos años y algunos meses para los políticos catalanes condenados y que se quedaron en España, o no pudieron escapar, después de su proeza, como sí hizo el jefe de la banda con algunos allegados, que, por cierto, se dan la vida padre a gastos «pagos» y que por si la ensoñación es una pesadilla prefieren disfrutar despiertos protegidos por ciertos países europeos, socios del mismo club, y que se consideran amigos.

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Un comentario

  1. Fernando Torrente

    Muy buena redacción de historia, Juan, Gracias