Percebelleiros

Pedro Sande García

No era de esta manera como tenía pensado empezar este artículo, pero debo hacerlo para reafirmarme en la palabra que he utilizado para darle título a esta crónica:
«percebelleiros». Palabra, tanto el singular como el plural, que de manera sorprendente no he encontrado en el diccionario de la real academia Gallega, ni en el de la real academia Española. Hice una segunda intentona con la palabra «percebeiro» y tampoco aparecía el término en ninguno de los dos diccionarios. El tercer intento fue con «percebe» y en este caso lo encontré en ambos vocabularios, lo que demuestra la importancia que ambas academias dan al molusco y la nula consideración que tienen por el arriesgado oficio de su recolección. Les tengo que confesar que estoy sumamente enojado por la no inclusión de estos dos vocablos. Me gustaría haberme equivocado, si es así les ruego que me perdonen y les solicito que incluyan un comentario corrigiendo mis palabras. A los académicos les pediría dos cosas: en primer lugar que me informarán de cual es el término utilizado, en sus respectivas lenguas, para denominar al recolector del apreciado molusco y, en segundo lugar, que incluyeran en ambos diccionarios los términos «percebelleiro» y «percebeiro». De esta manera se dignificaría, aún más, esta valiente profesión y se enriquecerían ambas lenguas con unas palabras de fascinante sonoridad.

Era con esta cita, extraída de la novela «El susurro de los ameneiros», con la que
quería comenzar este artículo: «Se paró a observar la Percebelleira, aquella enorme peña que emergía en el centro del océano. Aguantaba los constantes envites de un mar encrespado que intentaba ahogarla con sus huracanes de espuma». Han pasado muchos años desde que tuve la inmensa suerte de sentir por primera vez la playa de Frouxeira.

La Frouxeira se grabó en mi retina, en mi olfato y en mis pabellones auditivos, traspaso mi corteza y se asentó, para siempre, en los lugares más recónditos de mi cuerpo. Con unos pocos meses fueron mis padres, a los que siempre estaré agradecidos, los que me llevaron a contemplar el espectáculo de la que a partir de ese momento se convirtió en «mi querida Frouxeira». No recuerdo como fue, pero he utilizado para construir ese recuerdo una cualidad muy especial que tenemos los humanos: la imaginación. Y esa imaginación me dice que esa primera vez que contemple la Frouxeira fue desde los brazos de mi madre, y que mi reacción fue una sosegada sonrisa que se dibujó en mi rostro, algo que me sigue ocurriendo cada vez que la contemplo.

En medio de ese océano que busca reposo sobre las arenas de la Frouxeira se erige una fortaleza que vigila y defiende su territorio, la peña Percebelleira. Estoy seguro de que todos ustedes, excepto que alguno sea académico de la lengua, sabe cuál es el origen de su nombre. Lo que desconozco es como surgió por primera vez su denominación, si les ocurre lo mismo les recomiendo que hagan uso de su imaginación.

Los recuerdos de mi infancia me traen imágenes de cuando, provisto de un pequeño cubo de playa y siempre acompañado de algún adulto, subíamos a la
Percebelleira los escasos días del verano en los que la marea lo permitía. Allí nos
dedicábamos a coger tanto los pocos percebes que quedaban en su superficie como los
exquisitos mejillones. En aquellos tiempos, aunque no éramos conscientes, nos
comportábamos como unos pequeños esquilmadores. También desconocíamos que para preservar la riqueza de la que el mar nos provee, el ser humano debería comportarse como un recolector, de la misma manera que un agricultor lo hace con la tierra.

Como en todas las profesiones, y la de percebelleiro no iba a ser menos, existen individuos que profanan los principios que rigen su actividad: policías delincuentes, bomberos pirómanos, políticos corruptos y percebelleiros furtivos. Pero no serán los maltratadores de nuestros mares y costas los que consigan corromper una profesión que exige de una gran profesionalidad, mucho conocimiento y muchas, no una, dosis de valentía. Su trabajo de recolector nos permite que hoy en día, y en el futuro, podamos disfrutar de un manjar que en el caso de las costas y acantilados de Valdoviño está oxigenado por el oleaje del océano Atlántico, lo que le confiera un sabor exquisito que disfrutamos cada vez que llega a nuestro paladar.

A lo largo de los años la profesión de percebelleiro ha ido evolucionando y se han convertido en recolectores, una denominación que recientemente he oído a uno de ellos. Los recolectores tratan nuestras costas como campos de cultivo, respetando el ciclo biológico de manera que en el futuro se pueda seguir disfrutando de este molusco.
Me van a permitir, para terminar, que dedique estas palabras que ustedes acaban de leer, como si de un pequeño homenaje se tratara, a esos hombres y mujeres,
percebelleiros y percebeiros, que trabajan para el disfrute de nuestros paladares y que en algún momento deberán de ser reconocidos por nuestros académicos.

Sigan cuidándose.

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