Sabores ártabros-Otoño

José Perales Garat

Hay un momento en la vida de todos los ferrolanos en el que desterramos definitivamente las bermudas y nos pasamos al manis. Los árboles amarillean o se enrojecen, los erizos de los castaños rodean sus troncos, las temperaturas empiezan a bajar mientras el viento frío y húmedo nos corta la cara y las lluvias van y vienen provocando una sensación de inseguridad que nos cuesta asumir y nos retrae a nuestras madrigueras como si fuéramos tejones dispuestos a pasar el invierno encerrados.

En el resto del mundo se llama otoño, aunque aquí solemos decir simplemente que hace un tiempo horrible, o desapacible para los poetas, porque al decir de los sabios, en Ferrol sólo hay dos estaciones: el otoño y la del tren. El otoño es, sin embargo, una estación con su propia gastronomía que suele empezar con los huesos de santo y los buñuelos, y que conforme avanza va cobrando muchas formas y sabores que nos va
llevando a todos a un estado de desazón en el que pensamos que el verano que acabamos de dejar atrás va a ser el último en el que mostremos nuestras lorzas sin pudor.

El sueño de Doniños ha muerto y descartamos por siempre jamás ni un leve tono muscular en años sucesivos.
– «Esto no puede ser, como sigamos así voy a llegar a Navidades rodando».
– «Bueno, mujer, no te preocupes, que luego en dos días comiendo ensalada lo pierdes
todo».

A ver: hay que cuidarse, sí, y especialmente teniendo en cuenta que ni nos van a ayudar la temporada de las setas, ni la nueva cerveza de Navidad, ni los erizos de Gascón, ni el chocolate de La Bola de Oro, el Avenida o Bonilla, ni el marisco (que los meses tienen “erre”), ni lo que acompaña a las nabizas o a los grelos, ni los huesos de santo, ni los buñuelos, ni las fabas que nos llegan de Lorenzana… ni el frío que nos impulsa a calentarnos por dentro, pero tampoco hay que cuidarse tanto, que el gasto calórico es alto y tenemos mucho tiempo por delante.

En estos días inciertos en los que parte de la población se teme un apagón eléctrico, Casalexo enciende nuestros sentidos y anuncia las jornadas micológicas, los hosteleros el Tapéate Ferrol, las casas de comida empiezan a ofrecer caldo gallego y las madres empiezan a hacer cocido y a observar que estás demasiado flaco, mientras visitantes desaprensivos aparecen con larpeiras de Stollen o te recomiendan la tarta de queso del New York… y tú, sin comerlo ni beberlo (o más bien comiéndotelo y bebiéndotelo todo) comentas en voz alta que los pantalones de pana han encogido en el armario y te vas adaptando a esos días tan cortos en que parece que anochece después de comer.

Y de repente alguien te dice que en no sé dónde hay unas jornadas de caza ¿Habrán salido los de Canido a cazar jabalíes? Todo puede ser cuando los druidas nos invocan y nos volvemos celtas tragaldabas y peleones a los que ni siquiera faltan los bardos.

Pero de verdad que creo que no hay que preocuparse especialmente por nada de eso:
llegaremos a Diciembre más o menos como siempre, y en unos días nos habremos
acostumbrado a ponernos un jersey y unas botas para recorrer Doniños, el Belelle o las Fragas del Eume, caminaremos la ruta de los castillos desde San Felipe o desde La Palma, o subiremos a Chamorro, a Ancos, a Marraxón o a Santa Catalina, sintiendo el fresco en la cara y sorprendiéndonos con sabores nuevos que nos seguirán trayendo esos hosteleros y comerciantes, incluidos los placeros, que no son sino el fruto de la tierra y del trabajo del hombre, como ese queso azul Savel de Airas Moniz que acaba de coronarse como el mejor queso de España en Madrid y que nos hace pensar otra vez en cómo puede acabar esto si una quesería de Chantada consigue coronarse con un queso elaborado con leche de vacas jersey o si el mejor vino de España para la Guía Penín es de la Ribeira Sacra (Lapena 2018, un godello de Dominio do Bibei) con el que ya compiten desde las otras cuatro Denominaciones de Origen a base de treixaduras, godellos, mencías, caíños, branco lexítimo y, por supuesto, albariño.

Ferrol no está siendo ajena a ese renacimiento gastronómico, y apuestas como Bacelo, Miguel Freire o O Camiño do Inglés son ya algo casi tan nuestras como los O Galo, O Cabazo Carabel, sin olvidar esas propuestas intermedias como El Timón, Frank o A Maruxaina, los consagrados O Parrulo o Illas Gabeiras y todos los mesones y casa de comidas, marisquerías o restaurantes a los que tan poca importancia damos porque creemos que en todas partes es igual, cuando manzanas como la de la Calle María, la fachada del muelle, la Calle Nueva de Caranza o Pardobajo serían un lujo en cualquier sitio que no tuviera tantas buenas ofertas como tiene Ferrol.

Y por eso, y ya voy terminando, os recomiendo que no caigáis en el desánimo: los hosteleros siguen ahí, urdiendo estratagemas para que necesitemos salir a emular a Pantagruel, especialmente en unas fechas en las que nuestras calles están un poco más vacías y es ligeramente más fácil reservar una mesa, probar caza, comer marisco, acabar con un buen queso y esconderlo todo bajo tres capas de ropa con las que alegar que no estamos gordos, sino que vamos muy abrigados. ¿Y tenemos algo importante por delante?

Pues vosotros diréis; del 11 al 29 de noviembre se vuelve a celebrar el Tapéate Ferrol, y dos de los locales más galardonados nos proponen lo siguiente: El Café VanessaXurel, ovos de troita con horta do Couto e terra de Neda en brotes” y A Bodega da EstrelaOstras! A vieira”... vamos, como para quedarse en casa y no probarlo.

Y si chove que chova, que los ferrolanos no somos efervescentes, al menos que sepamos.

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