Sabores ártabros-«Al pan, pan; y al vino, vino

José Perales Garat

Pues cuentan los diarios locales que el Molino de Jubia avanza imparable hacia su restauración y conversión en un centro de interpretación, que viene siendo como un museo pero en poquito.
Hay que decir que en realidad el molino está quieto y que lo que se mueve es el agua, pero reconociendo de antemano que por fin se han conseguido los fondos para, disculpad el juego de palabras, sacarlo de su actual estado de hundimiento, lo que sin duda embellecerá aún más ese mágico punto en el que confluyen los caminos a Santiago y San Andrés.

La historia viene siendo algo así: en 1767 llegó a Ferrol un aquitano llamado Jean Lestache Nugos desde su Vianne natal y estableció un comercio en lo que hoy es el barrio de la Magdalena (estaban en ello) para aprovechar el imparable crecimiento de la ciudad de Ferrol.
Como la cosa no le fue mal, se casó con una tal María López, que era una señora de Neda, donde en aquel momento ya se hacía un pan tan bueno que venían a comprarlo desde Inglaterra. Yo hice lo mismo: me casé con una tal María López, aunque no es de Neda.Perdonad, que sigo: El 1775, el buen señor se asoció con otro gabacho, Francisco Bucau, y se dedicaron a comprar tierras en Jubia y a construir molinos con los que

«Al pan, pan»

moler toda la harina que hacía falta a la creciente población de la comarca, y la cosa le debió de ir mejor incluso que el comercio de La Magdalena, porque en 1786 se quedó con el negocio y se asoció con Juan Lambeye y Santiago Beujardin para importar cereal y vender harina, que traía de diferentes países de Europa y América. Llegó a poseer una pequeña flota con la que traía harina a Ferrol y la movía a Narón desde puntos como Nueva York, Rusia o Buenos Aires.

Casi simultáneamente, en 1772, el sevillano don Dionisio Sánchez Aguilera diseñó las
fortificaciones de la ciudad siguiendo la tarea emprendida previamente por Francisco Llobet. El muelle original de la ciudad, Curuxeiras, se había quedado pequeño para el trasiego de mercancías destinadas a esa población que se había multiplicado en un periodo de tiempo cortísimo. Uno de los productos que entraba de forma inusual a la ciudad era el vino: la población militar y los obreros recientemente asentados en la ciudad eran básicamente hombres, y su solaz consistía en beber vino y cantar en el entonces único barrio de la ciudad, ya que Sánchez Bort, como os he dicho antes, todavía andaba construyendo la Magdalena y la pomada estaba en Esteiro. Se dice que el consumo y el comercio de vino alcanzaron tal importancia en el último tercio del XVIII que fueron los propios comerciantes de vino los que costearon la construcción del desaparecido muelle de San Fernando y del actualmente enterrado en el Tercio Norte de Fontelonga. Para mí que a esa época le debemos a la ciudad al menos tres cosas: las Pepitas, el pan y el buen vino que bebemos en la ciudad.

Y la cosa es que esos ferrolanos ilustrados que no habían nacido en Ferrol (aunque

«Al vino, vino»

Sánchez Aguilera y Jean Lestache fueron enterrados en la ciudad, como el gaditano Jacobo Mac Mahón) cambiaron tanto las cosas que en Ferrol se celebra actualmente FEVINO, una de las más prestigiosas ferias del sector, y en Neda una fiesta del pan en la que, que se sepa, nadie ha salido con hambre, por no decir que nuestra calidad musical está muy por encima de la media… especialmente en todo lo referido a los cantos de taberna.

¿Y os preguntáis por qué todo este rollo? Pues porque vivimos en una ciudad -en una
comarca- en la que la historia ha modelado nuestras costumbres durante los últimos dos siglos y medio hasta tal punto que tenemos uno de los mejores panes de Galicia (lo cual quiere decir uno de los mejores panes a secas) y una calidad en los vinos que se sirven que ha hecho que el Bodegón Bacoriño ha sido elegida la mejor taberna de Galicia o que FEVINO reuniera en su última edición a más de 200 bodegas.

Y todo eso sin tener ni trigo ni vides, sino barcos.

Y aquí lo dejo, que es sábado y me voy de vinos a alguna de esas tabernas, a ver si entre los ecos de los cantos escucho algún acento de fuera que me indique que la cosa sigue en marcha, aunque ahora siempre parezca que no.

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