Sin proyecto nacional

Federico Quevedo (El confidencial)

Los líderes de los dos principales partidos políticos de nuestro país, uno en el Gobierno -Mariano Rajoy y otro en la oposición -Alfredo Pérez Rubalcaba-, comparecieron ante los medios de comunicación para hacer balance del primer año de Gobierno del PP, y en ambos casos han resultado profundamente decepcionantes. En la situación en la que se encuentra España, con los retos y los desafíos que se plantean en nuestro futuro más cercano, yo al menos esperaba algo más de las dos personas sobre las que recae el peso de la representación de cerca de veinte millones de españoles que les dieron su confianza en las urnas. Esperaba gestos de liderazgo, de visión más allá de lo inmediato, de idea de España, de proyecto nacional común.

Entiéndanme, es perfectamente lógico que el Gobierno defienda su labor y que la oposición la critique, y desde ese punto de vista ambos cumplieron con el guion establecido. Pero el país necesita algo más, necesita respuestas más allá de la consabida justificación de los recortes y de la previsible oposición sistemática a todo lo que haga el Ejecutivo. Necesita espíritu constructivo, generosidad y esperanza. Y no hubo nada de todo ello en ninguno de los dos casos. Veamos… El relato de los hechos que hace Mariano Rajoy es básicamente cierto. El Gobierno llegó al poder y se encontró con una situación que superaba con creces el peor escenario que podía esperarse, y desde el primer momento tuvo que actuar con contundencia para poner freno a una situación que amenazaba con llevarse al país por delante y ponerlo bajo el protectorado de la troika.

Eso significó tener que darle la vuelta al programa electoral, pero Rajoy no es del todo sincero en el análisis porque aquel programa electoral se hizo para sacar la mayoría absoluta y era perfectamente consciente de que no iba a poder cumplirlo. El Gobierno ha tenido que hacer cosas con las que no contaba, y ha tenido que enfrentarse a situaciones que no tenía previstas, pero para eso está el Gobierno, para gobernar en todas las circunstancias y para dar solución a los problemas. ¿Lo ha hecho? Bueno, aquí es donde cabe la subjetividad y las distintas maneras de enfocar las cosas, pero lo cierto es que ha llegado el final de estos doce meses y, como yo escribía el pasado jueves, el Gobierno ha conseguido alejar el fantasma del rescate y además ha logrado que algunas de nuestras posiciones se tengan en cuenta en Europa, con la inestimable ayuda de Monti y Hollande.

El problema es que, aparentemente, todo eso le afecta bastante poco a la gente de la calle, al parado, al desahuciado, al que no llega a final de mes, al que ve cómo se va por el hueco de la alcantarilla el futuro de sus hijos… El país está sumido en una profunda depresión y no bastaba con palabras de justificación de lo hecho hasta ahora, ni con nuevas peticiones de comprensión y solidaridad por muy necesarias que éstas sean, para afrontar lo que todavía nos queda por delante. España se descompone acogotada por una crisis económica que nos está empobreciendo a niveles alarmantes, una crisis social que empieza a adquirir tintes de drama y una crisis política que se dirime entre la profunda desafección ciudadana hacia sus clases dirigentes por un lado, y el desafío soberanista del nacionalismo catalán por otro.

Los españoles quieren saber qué nos depara el futuro, cómo vamos a ser de aquí a los próximos diez años, de qué manera se van a solucionar nuestros problemas de hoy y a sentar las bases de nuestro progreso y desarrollo una vez superemos el bache de la crisis, si es que lo superamos. Y ni en Rajoy ni en Rubalcaba han encontrado una sola luz que nos permita ver más allá de la irritante constatación de que 2013 va a ser un mal año. ¿Alguien cree que el líder de la oposición ofreció algo más de lo ofrecido por Rajoy? Ni por asomo. Ni un solo gesto constructivo, ni mucho menos un sincero reconocimiento del daño causado, y por supuesto nada que permita creer que el Partido Socialista tiene un proyecto nacional a estas alturas.

No puede tenerlo un partido que se rompe por sus costuras vasca y catalana y que parece haberse olvidado de lo que ha sido y lo que ha significado para este país y la construcción de un modelo de estado satisfactorio para todos aunque ahora algunos lo cuestionen. El diálogo no puede limitarse solo a una respuesta al desafío soberanista del nacionalismo catalán, porque no es solo eso lo que está en juego, con ser muy importante. El diálogo tiene que dirigirse a buscar soluciones a las tres crisis mencionadas, a dar respuesta a ese hacia dónde vamos que tantas veces se preguntan los españoles estos días, a conformar un nuevo proyecto nacional que tenga presente los profundos cambios que está viviendo nuestra sociedad.

No es posible caminar hacia un nuevo modelo de Estado de Bienestar, por ejemplo, sin un consenso básico que implique aceptar los problemas actuales y las soluciones futuras a cuestiones como la Sanidad, la Educación o la prestación de servicios públicos esenciales. Debe ser un diálogo abierto, franco, sincero y sin los condicionantes partidarios que lo hacen tan imposible a veces, pensando solo en el interés general y en el bien común. De esto es de lo que tenían que haber hablado ayer los dos líderes políticos de nuestros principales partidos, y hemos vuelto a quedarnos con las ganas. Otra vez será… O no.

Lea también

Sete anos da presentación de “Los disfraces de la traición”, de Olga Rico

José Fonte Sardiña O día 10 de marzo de 2017, presentabamos na Casa da Cultura …