El triunfo de la antipolítica

Federico Quevedo-(El confidencial)

“Los partidos políticos estamos cavando nuestra propia tumba”, me decía el viernes, poco después de conocerse la última encuesta del CIS, un destacado dirigente del Partido Popular. “En cuanto aparezca alguien capaz de aglutinar en torno a sí todo ese descontento social, se acabó el bipartidismo”, insistía esta misma fuente. Según el barómetro del CIS, alrededor de 4 de cada 10 españoles en edad de votar se abstendría o no sabe lo que haría si ahora hubiera elecciones generales, pero desde luego no tiene pensado votar a ninguno de los partidos tradiciones.

Eso significa que calculando una media de abstención recurrente en torno al 25% en unas elecciones con participación alta, habría un 15% de votantes dispuestos a confiar en una alternativa que diera respuesta a esa desafección que se ha instalado en la sociedad española hacia su clase dirigente. Y como es posible que además una opción de esas características robara una masa de votantes no menor de los partidos tradicionales, podríamos estar hablando de un 20-25% de los votos dirigidos hacia eso que ya se ha empezado a llamar la antipolítica. Hace ya tiempo que hemos venido señalando en este blog cómo los partidos tradicionales estaban, están, sufriendo un generoso desgaste en la opinión pública hasta el extremo de que a día de hoy se puede afirmar, sin ninguna duda, que el bipartidismo atraviesa la mayor de sus crisis.

Ese discurso que los movimientos antisistema han popularizado según el cual «PSOE y PP, la misma mierda es», ha calado en una parte de la sociedad, y en una parte importante. Eso no significa que todo el que opine así vaya a dejar de votar a uno u otro partido, pero el sentir de que “todos los políticos son iguales” se ha generalizado hasta lo universal e indudablemente conduce a la desafección y la apatía. Ese es el caldo de cultivo para la antipolítica, que en el fondo no es más que otra forma de hacer política, una política de rechazo a lo conocido, de rechazo al sistema, de rechazo a los partidos, de rechazo a los dirigentes, de rechazo a las instituciones, pero política en cualquier caso en la medida que busca unos objetivos políticos que pasan por la ruptura con lo establecido para la instauración de un nuevo modelo o un nuevo sistema.

La pérdida de credibilidad de los partidos tradiciones y de las organizaciones sociales –los sindicatos no se libran, ni mucho menos, del descontento social-, ha permitido el surgimiento de distintas plataformas que se han erigido en abanderados de la disconformidad y han robado su papel de referentes sociales a partidos y sindicatos. Pero desde dentro del sistema también hay formaciones políticas que buscan pescar en ese río revuelto: IU y UPyD. Especialmente en el caso de Izquierda Unida, que ha roto definitivamente con el compromiso que los comunistas adquirieron con la Transición y se ha echado al monte hasta el punto de convertirse en un referente antisistema de la extrema izquierda. Sin embargo, ni IU ni UPyD consiguen aglutinar entorno a sí la fuerza de ese descontento, seguramente porque en el fondo la sociedad los sigue viendo como parte del sistema a pesar de sus esfuerzos para no parecerlo.

Hasta ahora no ha surgido en la sociedad española un Beppe Grillo ni un Movimiento 5 Estrellas que pueda acaparar ese voto del desencanto. De hecho, lo más probable es que ni siquiera aparezca pero sí lo hagan otras opciones que pretendan superar al PP por la derecha o al PSOE por la izquierda, “y eso nos situaría en un escenario de fragmentación del Parlamento que haría imposible la gobernabilidad”, añade mi interlocutor. En cualquier caso, supondría el triunfo del rechazo al sistema. Un rechazo que se manifiesta de manera casi cruel en los niveles de valoración de la clase política y las principales instituciones.

Aprobado de la sociedad

Ningún dirigente logra el aprobado de la sociedad, y las principales instituciones del país sufren un castigo sin precedentes por parte de los ciudadanos. La gente no quiere saber nada de ellos, han perdido por completo la confianza en el Gobierno, en los partidos, en la Monarquía, en los jueces… Curiosamente se salvan el Ejército y las Fuerzas de Seguridad, lo cual dice mucho de la estima que los ciudadanos tienen hacia sus Fuerzas Armadas y su Policía, y lo mucho que valoran actitudes como la disciplina y el orden en un momento en que imperan el caos y el desorden.

¿Es reversible esta situación? Sin duda la crisis económica tiene mucho que ver con estos bajos niveles de aceptación de la clase dirigente y seguramente cuando la crisis se supere y la sociedad perciba un cierto ánimo en la situación económica, todo ese malestar se modere. Pero los sociólogos dicen que es difícil que vuelvan a darse unos niveles de confianza en la clase política como los de antaño, y añaden que este clima de descontento seguirá instalado en la sociedad por mucho tiempo, salvo que la política reacciones frente a la antipolítica.

¿Cómo? Con cambios, y con cambios profundos, con cambios perceptibles como tales por la sociedad que hoy busca más que nunca que su clase política se ponga de acuerdo en buscar soluciones en lugar de continuar por el camino del enfrentamiento partidista. PP y PSOE no son la misma mierda, ni siquiera son distintas mierdas. Son los únicos partidos capaces de garantizar la supervivencia del sistema, pero tienen que creerse ese papel y actuar en consecuencia. Hoy por hoy mi impresión es que siguen instalados en la lucha partidista y que cualquier posibilidad de entendimiento está muy lejana. Y mientras eso siga así, seguirán dando espacio para que crezca la antipolítica y aumente el riesgo de su propia desaparición.

 

 

 

 

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