Contra los profetas de la catástrofe

Federico QuevedoFederico Quevedo-(el confidencial)

Lunes, nueve de la noche. José María Aznar, expresidente del Gobierno de España y presidente de honor del Partido Popular -además de acaudalado empresario y consejero de no sé cuantas sociedades- se sienta delante de tres avezados periodistas a ninguno de los cuales puede ponérsele ningún pero -yo, al menos, no lo hago porque no me creo en situación de dar lecciones a nadie- que comienzan a someterle a un intenso interrogatorio frente a las cámaras de Antena 3 Televisión. Prime Time, máxima audiencia, y Aznar cumple con lo que se espera de él: da titulares. Sin parar, uno detrás de otro, y de ninguno de ellos cabe entresacar un mínimo elogio a su sucesor al frente del partido y del Gobierno, Mariano Rajoy, sino más bien todo lo contrario.

La entrevista se convierte en una crítica ácida, destructiva, que hace las delicias de los enemigos del actual inquilino de la Moncloa, que son unos cuantos -no muchos, pero muy ruidosos- dentro de su partido y en algunos medios supuestamente afines que desde hace tiempo le tienen ojeriza –los de enfrente son adversarios, políticos y mediáticos-. Rajoy no ve la entrevista. Me consta. Se la cuentan después y la despacha con un encogimiento de hombros y una sentencia breve y contundente propia del gallego: “Bien, pero el presidente soy yo”. Al día siguiente insistiría en público contra sentencia no menos breve e igual de contundente: “Voy a seguir con el mismo rumbo y la misma política”.

Primera en la frente a un Aznar vanidoso al que estos días se le habrá hinchado el pecho viéndose en las portadas de los diarios nacionales: no hay respuesta a su bravata, porque no la merece. Pero el discurso perfectamente calculado hasta la última coma del expresidente Aznar encuentra enseguida eco en los profetas de la catástrofe, y les convence de que con el mismo ha conseguido noquear al gallego. No le conocen… Al gallego, digo. Lejos de sentirse noqueado, el discurso de Aznar le ha reafirmado en su manera de entender la política y de manejar los tiempos que, sabe, transcurren a su favor. Porque aunque es cierto que la situación del país es dramática, también lo es que desde todos los puntos de vista empiezan a verse luces que iluminan el final del túnel en el que hasta ahora estábamos metidos, para desgracia de todos aquellos que siguen augurando el descenso de España por el agujero del abismo.

Ni discurso, ni programa

La principal acusación del Aznar al Gobierno de Mariano Rajoy se asienta sobre un doble eje: no hay discurso político y se incumple el programa electoral. A partir de ahí se descuelgan toda una serie de críticas que van desde la manida reclamación al Gobierno para que baje los impuestos -de la cual yo participo- hasta el reproche de no responder con la suficiente firmeza a la amenaza secesionista de Cataluña. Vayamos por partes. Es cierto que al Gobierno de Mariano Rajoy se le reprocha no tener un relato de la situación, o que esté tardando más de lo que muchos consideramos necesario para llevar adelante la reforma de la Administración Pública, pero la acción política no se demuestra con palabras, sino con hechos.

Y los hechos son tozudos, para unos y para otros, y basta un ejemplo: este Gobierno ha llevado al Parlamento en año y medio el doble de leyes y decretos que el Gobierno de Aznar en el mismo tiempo. Y está actuando en asuntos esenciales para la vida económica y política española con mucha mayor firmeza y celeridad de lo que hizo el Ejecutivo que presidió Aznar. Aznar no fue capaz de aprobar una reforma educativa hasta el final de su segunda legislatura, no tuvo la valentía suficiente para poner en marcha una reforma financiera que acabara con el papel de los políticos en las Cajas de Ahorros como ya entonces se le reclamaba desde muchos ámbitos y que hubiera evitado muchos de los problemas que estamos viviendo ahora, tampoco tuvo arrestos para tocar la ley del aborto como había prometido en su programa y se bajó los pantalones delante de los sindicatos cuando después de aprobar una minireforma laboral la retiró porque UGT y CCOO le hicieron una huelga general.

Y, ¿de ese comportamiento político vamos a aprender ahora? ¿Realmente puede Aznar dar lecciones de acción política, él que dilapidó una mayoría absoluta del PP en la mejor situación social, política y económica que tuvo nunca un Gobierno en España? A los profetas de la catástrofe, a esos que creen que Rajoy nos conduce al abismo, les vendría bien un repaso por las hemerotecas, porque algunas de las complicaciones que hoy vive nuestro país tienen su origen en los comportamientos políticos de antaño. No fue Rajoy quien entregó su primera legislatura a un pacto político con los nacionalistas de CiU y PNV que supuso el mayor traspaso de competencias a las comunidades autónomas conocido desde la Transición, entre ellas las de Educación que ahora tiene que compensar el actual Gobierno y que han tenido mucho que ver en el crecimiento del sentimiento nacionalista en esas comunidades, como lo tuvo la complacencia del Gobierno de Aznar con la Ley de Normalización Lingüística que expulsó el castellano de las escuelas catalanas.

La agenda reformista

Pero, vayamos a lo esencial de su discurso, el reproche por la política económica y, en especial, a la subida de impuestos decretada por el Gobierno de Rajoy nada más llegar al poder. Aznar se mostró especialmente duro en la crítica a Rajoy por el incumplimiento del programa y por el maltrato a las clases medias. Yo comparto esa visión, y lo he escrito en este mismo blog, pero no fue Aznar quien bajo los impuestos nada más llegar al Gobierno, sino que esperó tres años y en una situación económica mucho más favorable, y lo hizo después de haber llenado las arcas del Estado con las plusvalías generadas por la venta de la cartera industrial del entonces INI. Es cierta la afirmación de que ningún país en recesión ha bajado impuestos, pero el viernes el Gobierno dio un paso adelante en la buena dirección aprobando una Ley de Emprendedores que incluye importantes ventajas fiscales para los nuevos pequeños y medianos empresarios.

La agenda reformista de este Gobierno sigue en marcha, y aunque es verdad que la crisis y sus consecuencias le están haciendo sufrir un importante desgaste, no es menos cierto que a menos de la mitad de esta legislatura lo peor de la recesión ha pasado ya y el riesgo sistémico de la intervención se ha alejado casi por completo y el lavado de cara al que está sometiendo el Gobierno al país acabará por pasar una factura positiva que solo los enamorados del pesimismo se niegan a ver.

Una sombra oscura

Y sí, hay un ejercicio de deslealtad inconmensurable en la puesta en escena de Aznar: primero porque muchas de las cuestiones que critica las puso él mismo en práctica cuando gobernó, segundo porque buena parte de las actuales complicaciones tienen su origen en los errores de su gestión y, tercero, porque no hay en su tono un intento de crítica constructiva que por fidelidad a su partido tendría que haber hecho ante los órganos de dirección del mismo, de los que forma parte, sino una resentida actitud personal de reafirmación ante la evidencia de que bajo su mandato se cometieron importantes irregularidades en el Partido Popular.

Saben ustedes a lo que me refiero y no necesito ir más allá, pero en el repaso de su liderazgo al frente del PP, además de los éxitos a los que condujo a su partido y los fracasos que cosechó después, hay una sombra oscura que tiñe de negro su gestión, y eso tiene mucho que ver, pero mucho-mucho, con la calculada puesta en escena del pasado lunes por la noche. Ese es Aznar, el político vanidoso que puedo haber sido un gran presidente y se ha quedado con el título del peor expresidente que haya tenido este país. Hasta Zapatero le da lecciones, y muy contundentes, sobre cómo debe comportarse quien hizo honor al nombre de Presidente del Gobierno de España.

Ah, y una cosa más: ¿alguien se cree que Aznar dejaría de ganar la pasta que gana para volver a la política y perder -porque él sí las perdería- las próximas elecciones generales?

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