¿Cuándo dejó de luchar el preso 466?

antonio miguel carmona-1Antonio Miguel Carmona-(director diario progresista)

A veces me preguntan si vale la pena luchar sin remedio. Si, cuando las motivaciones se ausentan, es más fácil sucumbir en el interés propio antes que en la defensa de unos valores que son de todos. Entonces, cuando me dicen algo así, yo me pregunto: ¿cuándo dejó de luchar el preso 466?

Aquel niño correteaba por Mvezo, un poblado de la etnia xhosa y de no más de trescientos habitantes, sin saber que no podía traspasar los límites de la segregación. Para él, el mundo salpicaba sus pies en el río Mbashe ajeno a la maldad que habitaba en la otra orilla.

Nelson Rolihlahla Mandela estudió con dificultades en la Universidad de Witwatersrand donde se licenció en Derecho para ejercer durante aquellos primeros años como abogado de tantos desheredados como cupieran en su despacho.

En 1952 el Partido Nacional Africano imponía sobre hombres, mujeres y conciencias, un apartheid que se ha convertido, entonces y con el paso de los años, en una de las mayores vergüenzas de una humanidad sin esperanza.

Precisamente aquel año el joven Nelson participó en la campaña de desobediencia civil con el firme propósito de devolver la tierra que le vio nacer a sus verdaderos propietarios, a sus moradores seculares, a sus gentes.

Su activismo le convirtió en un seguidor apasionado de Ghandi, el sueño de hombres y mujeres en libertad, una continua lucha contra la segregación, todos los días y a todas horas. En 1964, sin embargo, se lo llevaron casi para siempre.

En el penal de la isla de Robben le dieron un traje en el que venía un número en su espalda: el 466. Mandela ya era solo tres dígitos y muchas horas para leer, escuchar a Händel y tratar de mover el mundo en favor de la libertad.

Escandalizados por su resistencia y capacidad de movilización, en aquella cárcel el gobierno planeó asesinar a Mandela impostando un intento de fuga. Los servicios secretos británicos desmantelaron el plan con el firme propósito de evitar hacer de Nelson un mártir aún más peligroso para los intereses de la corona.

Pasó diecisiete años en aquella isla, diez más en otros horrores, veintisiete sumaron en silencio y oscuridad para unos gobiernos tan blancos como malvados. El presidente de Klerk accedió a liberarle en 1990, cuando el propio Mandela entre rejas había sido capaz de liderar un país.

Una nación que en 1994, con su primer sufragio universal, eligió al primer presidente negro: Nelson Mandela. Se trataba de devolver la libertad a unas gentes que pudieron por fin ver la luz y escribir su historia con el recuerdo de la barbarie, del interés y de varios imperios decadentes.

No hace falta más. Como él decía, “yo no tenía entonces una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa”. Y eso ya es bastante para no dejar de luchar. Nunca

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