Paulina

antonio miguel carmona-1Antonio Miguel Carmona-(directo diario progresista)

Recorrí las calles de Santiago, evocando el recuerdo de aquel gobierno democrático de la mano de Paulina a finales de los noventa. Ella me llevó tras su belleza hasta el Palacio de la Moneda donde recordamos aquellos episodios grises.

Este mes de septiembre que entra en unas horas es el aniversario, como una mancha o una pesadilla, como el peor recuerdo y el acto más vil, de aquel infausto golpe de estado en el que un grupo de corruptos, desalmados y delincuentes, derrocó al gobierno legítimo de Salvador Allende. Han pasado cuarenta años.

La peor parte de las Fuerzas Armadas y de los carabineros atentaron contra la democracia y contra el gobierno de Unidad Popular, organizado por la Armada de Chile y planeado por los Estados Unidos de América.

Paulina me explicaba, Santiago bajo una boina gris, sus calles abiertas a los corazones, el recuerdo de su madre de un golpe militar que aún le hacía brillar sus ojos de coraje de una raza de mujeres íntegras y valientes.

Nixon y Kissinger había puesto en marcha el Proyecto FUBELT (Track II), según los papeles desclasificados de la CIA, en los que habían previsto violentar la democracia y derrocar a Salvador Allende.

Previamente la CIA había organizado diversas tentativas para evitar el gobierno de Unidad Popular: revueltas, huelga del transporte, paro patronal. Nada de esto impidió un gobierno de izquierdas. Ni siquiera el asesinato del René Schneider, Jefe del Ejército y principal baluarte para el mantenimiento del orden constitucional.

Paulina prefería que fuéramos a los Andes, quizás yo también, pero en aquel momento quisimos escalar las montañas de la historia y el recuerdo. Al llegar al Palacio de la Moneda, aquel día caluroso, Paulina comenzó a caminar despacio.

“La Cofradía” fue la base de la inteligencia del golpe militar. Una buena parte de los jefes de la Armada se reunían, de ahí el nombre, en la Cofradía Náutica del Pacífico Austral. Mientras, el contacto político y económico se fraguaba en el Círculo Español de Santiago.

El sustituto de Schneider, el Comandante en Jefe, General Carlos Prats, mantuvo la lealtad a las urnas, motivo por el cual sufrió una manifestación patética de las esposas de otros generales a las puertas de su casa. Años después sería asesinado en Buenos Aires.

El día anterior Paulina me había llevado hasta el despacho de Ricardo Lagos. Un líder con fundamento, la esperanza entonces de un nuevo Chile que parecía resurgir de una democracia todavía deseada.

Acciones terroristas de la ultraderecha provocaban, no sólo revueltas, muertes y asesinatos entre las que quisiera destacar la del edecán naval del presidente, Arturo Araya.

Paulina era y es tan esbelta como los árboles. Su belleza no ha sufrido merma con el paso del tiempo. Es más que un recuerdo. Fue ella, además, quien me llevó la historia de la mano en aquel preciso instante.

Se eligieron a los generales más corruptos, desalmados y traidores. Pinochet, entonces ya Jefe de las Fuerzas Armadas, no fue el principal protagonista de la planificación del golpe, pero sí el descerebrado que lo puso en marcha en las calles de Santiago.

El ataque de artillería sobre el Palacio de la Moneda, la Aviación sobre las cabezas de los leales, la infantería derribando puertas, no pudieron entrar en la historia con menos grandeza y mayor vergüenza.

Luego vino todo lo demás. La represión, los asesinatos, un gobierno corrupto, la vergüenza para la historia de una nación que merece mucho más.

Según cruzaba las puertas del Palacio de la Moneda, la voz de Paulina se iba haciendo cada vez más hermosa, pero también cada vez más pequeña. Sonaban en mis oídos sin embargo, las últimas palabras de Salvador Allende :

“¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

 

 

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