Castelao y el Ñoroñó eumés

maria figalgo-aMaría Fidalgo Casares. Doctora en Historia

Los etnógrafos y antropólogos subrayan la importancia de las fiestas de las comunidades en la formación de la identidad colectiva. Cuando se está en la diáspora.“lonxe da terriña, lonxe do meu lar”, el poder retornar para pasar las fiestas en el pueblo o la villa, se convierte en punto vital de referencia. La maravillosa trilogía “Vidas de Infancia” de Ramiro Fonte, describe de forma íntima y poética la expectación que despiertan en la vida de un niño esos días especiales. El estar de fiesta o “de patrón” suele ser el día más festivo en los hogares en el que se abren las puertas a amigos y parientes a los que se ofrece y con los que se comparte lo mejor que se posee.

Desgraciadamente esta vinculación del individuo a la fiesta de la comunidad, no tiene la misma dimensión en las ciudades. Hay una conexión laxa y relativa, y normalmente circunscrita a las actividades de ocio. Sin embargo en algunas villas y pueblos de Galicia siguen siendo elementos de cohesión incuestionables. Recuerdo en mi infancia cuando las niñas que tenían aldea hablaban de ello dejaban en mí cierto sentimiento de orfandad que entonces no comprendía.

Quizá el caso más intenso y cercano sea la villa de Pontedeume que ha vivido estos días sus fiestas con una intensidad y participación de todos los sectores sociales que sorprendería a cualquier habitante de ciudad. A la tradicional Romería de Breamo y a estas Fiestas de Septiembre se ha unido la veraniega feria medieval, que no por su nula tradición y el abuso que el franquiciado ha hecho de ellas, es por ello menos vivida y participativa y creo no me ciega el amor a este pueblo cuando considero que sin duda es la más auténtica y genuina de la zona.

Uno de los rasgos más significativos de las fiestas de Pontedeume es su secuenciación perfectamente estructurada: el Pregón, las ofrendas a San Nicolás y a la Virgen de las Virtudes, la cucaña marítima, los concurridos fuegos artificiales, las actuaciones nocturnas de orquestas y el broche de oro con la tradicional y hermosa Xira ao Eume, convivencia de las familias con el río que da el nombre a la villa. Y aunque estos episodios en el ciclo festivo merecerían un análisis en detalle, las fiestas no podrían entenderse sin la participación de dos eumeses, que forman parte de la cultura de la villa, dos figuras humildes pero majestuosas que sobresalen y brillan con luz propia, cual pareja imperial en los bailes vieneses. No son muy distintos a otros de regiones y comarcas, pero en Pontedeume adquieren un valor emocional difícil de explicar.

maria-momaros-1Los Mómaros

Son una pareja de hecho, que desfilan y bailan por las calles de la villa como inicio e hilo conductor de los cinco días de fiesta. Nunca van solos, sino con su séquito, una numerosa comparsa de cabezudos y decenas de niños que les siguen hipnotizados como al flautista de Hamelin. Su momento estelar tiene lugar cuando se besan en público en la plaza del Concello, y el pueblo aplaude su historia de amor con gritos y vítores.

Dama y guerrero, los Mómaros, forman parte de una tipología festiva que atesora una profunda e interesante historia, sobre la que no ha habido un estudio riguroso, aunque figuras tan importantes del arte y la cultura gallegas como Castelao trabajaron en la construcción y reparación de gigantes y cabezudos gallegos a principios del siglo XX.

Para rastrear los orígenes de estos personajes tenemos que remontarnos a tiempos pretéritos y acercarnos al entorno del teatro y a las significaciones simbólico-alegóricas de las máscaras. En Galicia, los gigantones están documentados desde el siglo XVII, en el seno procesional barroco del Corpus Christi y aunque no son tan abundantes como en regiones europeas, a día de hoy perviven, despojados de todo carácter religioso, en más de medio centenar de localidades gallegas.

Mómaros es como se les denomina en Pontedeume, pero también en Betanzos, Ribadavia y Allariz, utilizando una voz gallega documentada desde finales del siglo XIX con el significado tanto de gigantón como de máscara o, popularmente pasmarote. La raíz momo emparenta la palabra con los Momos y Momerías bajomedievales, que eran espectáculos de máscaras habituales en Galicia y Portugal donde la voz momum, con el significado de máscara, esta documentada en 1256, al igual que en inglés mummer, «máscara», o el francés momerie, «mascarada”. Los ejemplares más antiguos conservados pertenecen a la Catedral de Santiago, obras de dos artistas de primera fila (el escultor Mateo de Prado en 1660 y el arquitecto Sarela en 1757).

Las referencias más antiguas de su existencia en Pontedeume se remontan a mediados del siglo XX; entonces se denominaba a los gigantes y cabezudos “Lilí e os seus monecos”, alusión cinematográfica a la película de Charles Walters que narraba las vicisitudes de una trouppe de titiriteros. Protagonizada por una monísima Leslie Caron y Mel Ferrer, Lilí (1953), causó tanto furor en Ferrol, que muchas chicas de la época se cortaron el pelo como ella -e incluso mi tía Mercedes Casares se cambió el nombre por el de Lily aquellos años-.

(Fot. Tito Rios."Mómaros años 50")
(Fot. Tito Rios.»Mómaros años 50″)

En Pontedeume, al estar hechas de material perecedero son piezas de nueva creación, pero que remplazan a otras anteriores, siempre parejas, a las que se fue conociendo con nombres diversos: Lilí, El Cid y Doña Jimena, Isabel y Fernando, Marco Antonio y Cleopatra o Don Quijote y Dulcinea. De estos primeros mómaros existe afortunadamente documentación gráfica gracias al trabajo del recientemente desaparecido Tito Ríos,-“Cazador de instantes fuxidíos, fiel servidor do que un día serán as nostalgias de todos”como lo definió Fonte-. Cuando el deterioro de los gigantes exigía su reemplazo, los antiguos eran quemados en una pira como rito inicíatico del comienzo de las fiestas o en la Plaza del Conde o la del del Mercado.

Los mómaros bailan al compás de una muiñeira conocida popularmente como Ñoroñó, denominación que algunos consideran alusión onomatopéyica y otros hacen extensiva a los propios gigantones. Ñoroñó es una melodía popular documentada en otros lugares de Galicia pero se interpreta en la villa con un ritmo más vivo que la singulariza y la ha convertido en pieza tradicional de los gigantes eumeses. Los portadores hacen girar a estos gigantes con brazos rellenos de arena y serrín que se despliegan en molinete, con la picaresca y el plástico juego de que los viandantes al evitar los golpes se sumen a la dinámica danza.

(danza)
(danza)

La comparsa de cabezudos que acompañan a los gigantes, supera las dos docenas de miembros, y predominan personajes de cuentos infantiles y dibujos animados y aparecen ciertos tipos -antes exóticos y hoy políticamente incorrectos- como el negro zumbón y el chino capuchino muy frecuentes en las comparsas de toda Galicia. Los gigantes tienen una dimensión desproporcionada, creando un efecto de poderío y nobleza, mientras que los cabezudos, de menor altura, destacan por ser megacefálicos, lo que les confiere un carácter más cómico.

Terminados los eventos festivos los mómaros terminan su ciclo y son abandonados en un almacén, normalmente muy deteriorados por choques, roces y caídas que se producen durante sus danzas giratorias. De su reparación se encargan los “enfermeros de Mómaros,” que repintan las cabezas, reparan los armazones y retocan los vestidos y accesorios, y que últimamente solicitan los materiales a Valencia para hacerlos “tal y como se hacen las fallas».

Poderoso y mágico influjo

Pero si hay algo que les ha hecho ganarse el corazón de todos es su poderoso y mágico influjo sobre el público infantil. Tanto es así que cuando nace un niño en la villa, uno de los hitos emocionales de sus padres es compartir con el infante la primera visión de los mómaros y asistir a ese momento de estupefacción, asombro, alegría, desconcierto… y cuando tienen cierta edad, los “locos bajitos” seducidos se dejan llevar por el Ñoroñó y acompañan corriendo a los gigantes por las calles de la villa.

¡Quién le iba a decir a Castelao, tótem de la identidad, que algo tan sublime emanaría de los humildes mómaros ¡ Pues sí, rotundamente sí, porque en Pontedeume el carácter lúdico y festivo trasciende y los gigantes se transmutan en representación simbólica de la propia comunidad que los exhibe, cual héroes legendarios e históricos tan importantes como los Andrade de la villa. Castelao afirmaba que “La tradición no es la historia. La tradición es la eternidad.”. Y esto da un sitio de honor a estos gigantes., porque los mómaros serán eternos y seguirán bailando con nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

Quizá por ello, se tienen en alta estima y son defendidos y exhibidos con poderío a los visitantes. Pontedeume es un pueblo orgulloso de su patrimonio, Historia y sus tradiciones, algo muy encomiable en los tiempos que corren… Lástima que todos los pueblos no sean así… otro gallo nos cantaría.

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Ramiro Fonte

Gozosa onomatopea

 aa miña infancia xa vella.

 Notas da gaita no vento,

 poñendo ó tambor o acento.

Quen as garde na memoria

 saberá contar a historia”

 

 

 

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3 comentarios

  1. Maria Fé López vila

    María, me encanta todo lo que descríbes en tu artículo de las fiestas de septiembre de Pontedeume. Soy eumesa, sobrína del pintor Abelardo Miguel y ahijada de su hermano, mi tío Miguel. Precisamente en una de las fotografías de los mómaros, la de los años 50, que está en blanco y negro salgo yo y una de mis hermanas en la calle San Agustín, peinadítas con trenzas, como muchas niñas de esa época.
    Agradezco tu artículo y que además nombres el ÑOROÑÓ , porque hace unos años algunas gentes jóvenes se empeñan en decír MOROÑÓ, con M, y yo y todos los de mi generación decímos y reiteramos que es Ñoroñó, y no queremos que nos lo cambien así sin más. Los Gaiteiros tocaban una melodía , muiñeira ( casi siempre la misma) para que bailasen los mómaros y como no tenía letra la gente tarareaba ño…ñoroñó…´.Bueno, vuelvo a agradecerte tu interés por todo lo de nuestra villa tan querída. Un saludo.

    • Enrique Salvadores López

      Muy bueno el artículo y muy bien documentado, gracias María.
      En cuanto a lo de la onomatopeya, he de decir que yo aunque «solo» tengo 37 años, siempre he cantado el Moroñó, y eso es porque mis padres (que en los 50`también eran pequeños) así me lo enseñaron, al igual que mis abuelos, así que supongo que al ser una onomatopeya que, como bien dices, por tratar de reproducir la música que no tenía letra, unos lo dirían de una manera y otros de otra, lo cual no quiere decir que unos tengan razón y los otros no. Esto lo digo porque lo he hablado con muchas familias y no fui capaz de llegar a una conclusión que ratificara una de las dos, así que yo creo que lo mejor es que cada uno lo cante como quiera. A mi no me molesta que otros digan Ñoroñó si les sale así porque siempre lo han cantado así, pero yo voy a seguir diciendo Moroñó, y así se lo he enseñado a mi hija.
      Y de paso dejo otra de esas dudas existenciales que hay en Pontedeume, como se llama la playa?, Zopazos o Sopazos 😉
      Un saludo.

  2. María Fidalgo Casares

    Sobre lo de Moroñó o Ñoroñó exister la variante Ñoroñoñó que es la que utiliza Fonte en su poesía… Aquí el que tiene la palabra es Paz, el que sabe más de todas las músicas de la villa. Los textos de mediados del siglo pasado lo ponían con N