El nuevo orden no tan nuevo

ramon-casadoRamón Casadó Sampedro

Basta con echar un pequeño vistazo a internet para comprobar que está plagado de un buen número de escritos y de vídeos en los que se habla de las teorías conspiratorias, de los intentos por parte de las élites mundiales de crear un nuevo «orden» a escala planetaria. Confieso que, muchas veces, leo o escucho con interés morboso lo que allí se dice, no porque lo comparta, sino por aquello de «cuando el río suena…».

Partamos de la base de que opino que el mundo, tal y como lo conocemos, está dando sus últimos coletazos. Me refiero a la pervivencia del modelo económico y social, a todas luces, caduco y mantenido de una forma aparatosa y artificial. Sí, ya sé que mi afirmación puede parecer un tanto «conspiranoide», lo reconozco, pero si analizamos con detenimiento los datos podremos ver que no lo es tanto.

El sistema capitalista surgió inicialmente como una economía residual dentro del modelo económico del Medievo, y sólo encontró su expansión, su justificación de ser, con la formación de los grandes Estados europeos y con la constitución de sus respectivos imperios coloniales. Así, el imperio español primero, y el británico y el francés más tarde, sentaron las bases de lo que sería una economía mercantil, basada en la elaboración de manufacturas por parte de unos pocos aprovechando los vastos recursos del resto. En realidad, de lo que se trataba era de saquear los grandes recursos en materias primas que tenían las colonias, con el objeto de que la urbe europea elaborase productos manufacturados que después nutrirían a un floreciente comercio con otros países y hasta con las mismísimas colonias. En otras palabras: yo te quito tus materias primas, las transformo y te obligo más tarde a comprármelas.

No hace falta pensar demasiado para darse cuenta de que las fortunas de los ricos sólo son posibles si existe previamente una masa de pobres, sumisos y comprometidos a trabajar por poco y a consumir lo que se elabore; y esta máxima podemos trasladarla a la existencia de los Estados capitalistas, sólo viables si el resto del mundo asumía el papel nutriente. Las colonias, en primera instancia, cumplieron perfectamente esta función, que tras su emancipación fue desempeñada por el llamado «Tercer Mundo» o por los denominados «países emergentes». Por supuesto, las diversas Revoluciones industriales, las impulsadas por la máquina de vapor y por el petróleo, no hicieron más que acelerar el proceso.

El vil dinero

Pero dejemos por un momento de analizar la razón de ser del capitalismo y centrémonos en el vil dinero, herramienta todopoderosa que todo lo domina. Es bien sabido que las monedas de cambio existen desde tiempos inmemoriales, y en un primer momento su valor coincidía con el valor del metal con el que estaban hechas. Fueron muchos siglos más tarde, debido a las continuas guerras y por la escasez de los metales preciosos, cuando esta coincidencia dejó de ser tal, pasando las monedas a sólo estar recubiertas por los metales valiosos, siendo el resto materiales no nobles. Más tarde llegaría el papel como moneda sin valor inherente alguno, salvo el que garantizaban los diversos bancos nacionales que siempre estaban prestos a asegurar que la emisión de su moneda en papel estaba respaldada por las correspondientes reservas de oro. Era como afirmar: «mi país ya no acuña monedas de oro, ahora el dinero es de papel, pero vale lo mismo porque el oro está almacenado en la cantidad suficiente».

Pero resultó ser mentira. La guerra de Vietnam supuso un enorme esfuerzo económico para los Estados Unidos, cuya Reserva Federal (su Banco Central) se dedicó a imprimir moneda de papel (dólares) sin tener el respaldo suficiente en oro. Como es lógico, cuando los restantes países se percataron de ello pusieron el grito en el cielo, y así llegamos al fatídico 1971, año en el que el gobierno norteamericano, abanderando una política de hechos consumados, decidió abandonar el patrón oro y encumbrar a la moneda norteamericana a las Alturas. A partir de aquel momento, cada moneda mundial valdría su valor en dólares y no en reservas de oro, lo que es igual que afirmar que el dinero pasó a tener un valor teórico, fantasioso y no real.

Con el fin del patrón oro, el dinero comenzó a multiplicarse siguiendo la senda del milagro del «pan y los peces», dado que bastaba un nuevo apunte contable en los balances bancarios para hacer surgir montones de billetes virtuales. Así, hemos llegado a nuestros días con el esperpento de que sólo un 5% del dinero que existe en circulación es real (aunque sin valor que lo respalde), siendo el resto una fantasía, unas cifras vacías que rellenan las cuentas corrientes y que no respaldan nada. A modo de ejemplo, puedo decir que bastaría conque dos de cada diez personas con depósitos bancarios los retirasen para provocar la quiebra bancaria mundial, dado que los depósitos son ficticios en su mayoría y la burbuja financiera ha venido para quedarse.

Pero enlacemos ambos temas: por un lado el caldo de cultivo que permitió crecer al capitalismo y por otro lado la virtualización del dinero. Es obvio que, en el primer caso, el «caldo de cultivo» se está secando, no sólo por la desaparición de los imperios coloniales (ahora sustituidos por imperios financieros), sino sobre todo por la aparición de nuevos agentes capitalistas entre los países emergentes. Antes, la vieja Europa, Estados Unidos y Japón se repartían buena parte del monopolio de producción capitalista, pero ahora han entrado en liza gigantes como China y la India, amén de un elenco de países con mano de obra muy barata y que producen a precios altamente competitivos.

¿Y cómo han respondido las viejas metrópolis, los viejos países, al nuevo reto? ¿Están tomando las medidas apropiadas para salvaguardar su modelo económico? Pues lo cierto es que la respuesta no puede ser otra que «NO», porque eludieron las reformas valientes, las decisiones de calado, y «aprovecharon que el Pisuerga pasa por Valladolid» (es decir: que se pueden imprimir billetes como cromos) para improvisar una huida hacia adelante a base de burbujas. Desde los años 70, el capitalismo en el viejo Mundo, desprovisto de sus grandes mercados naturales y arrinconado por la dura competencia de los emergentes, ha sobrevivido gracias a una concatenación de burbujas, y cada vez que una estallaba sus consecuencias devastadoras eran mayores que las provocadas por el estallido anterior.

En el año 2008, la explosión de la burbuja inmobiliaria hizo tambalear los cimientos del sistema financiero mundial, lo que ocasionó la mayor crisis económica conocida desde 1929, crisis de la que todavía estamos sufriendo sus consecuencias. Para salir de ella, Estados Unidos primero y Europa más tarde, han decidido poner a trabajar a todo ritmo la impresora del dinero, fabricando más y más moneda sin valor para crear la falsa sensación de que nos estamos recuperando. Pero no es cierto, se trata de un simple placebo que sólo sirve para alimentar a la siguiente «bestia» que no tardará en estallarnos en la cara.

Esta semana hablaba con un especialista en mercados financieros que me alertaba del peligro, inminente y real, de derrumbe en la economía china, castillo de naipes construido bajo las mentiras de un gobierno, dictatorial y oscuro, que ha basado el «milagro» chino en huidas escapistas. China y la India son los sustitutos del modelo capitalista y ambos se tambalean, al igual que lo hace la inflada bolsa americana que está dando verdaderos signos de agotamiento. Y como no hay dos sin tres, en Grecia acaba de dimitir Tsipras, reavivando los viejos fantasmas que cuestionan la continuidad del euro, no vaya a ser que el nuevo gobierno heleno salido de las urnas no quiera asumir sus compromisos en materia del tercer rescate.

El capitalismo está en peligo

Cuando afirmo que el capitalismo está en peligro me estoy basando en que ya no quedan más huidas hacia adelante a las que poder recurrir. Las sociedades avanzadas y las que están en vías de serlo necesitan implementar nuevos modelos que sean verdaderamente realistas y sostenibles, seguramente amparados en una mayor cooperación internacional y en la búsqueda de proyectos conjuntos. Y que no se froten las manos quienes intentas sustituir a las viejas ideas por otras más viejas todavía (llámense comunistas, reaccionarios, podemitas y similares), dado que los modelos que defienden, no es que estén dando muestras de ser caducos, en realidad hace tiempo que sobrepasaron su fecha de vigencia.

Si el nuevo orden mundial se asemeja a una sociedad que se estructura como si de un mismo país se tratase; obsesionada por erradicar el hambre, las enfermedades y las injusticias sociales; bienvenido sea, sobre todo si hay un compromiso serio de abordar los proyectos realmente importantes. Soy de los que piensan que los verdaderos avances científicos están por venir, que todos los seres humanos pueden llevar una vida digna y, por poner otro ejemplo, que la conquista del espacio es plausible. Pero todo ello no será válido si primero no nos convencemos de que una vida humana vale más que todo el presupuesto militar, que el descubrimiento de una nueva vacuna es más excitante que la Champions League, o que una misión tripulada a Marte aporta más futuro a la Humanidad que el proporcionado por la mayor de las fusiones corporativas.

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