Los días que yo nací

 manuel galdo-fotoManuel Galdo

Algo de razón tienen los de la D.G.T. cuando inciden en las recomendaciones que efectúan por medio de los carteles de las autopistas y en sus campañas publicitarias, en una de ellas recomiendan particularmente el descanso en la conducción y el paseo en los viajes de más de cuatro horas de duración, ya que después del factor velocidad quizás sea este el motivo que mayor número de accidentes provoca, y lo que es peor, generalmente el de peores consecuencias para la integridad física de los ocupantes del vehículo.

Debo ser de los pocos, sino el único, que cumple años tres veces al año, así como suena, cumplir una vez tiene un pase, dos es posible, tres complicado, pero ahí estoy yo y, siendo esto cierto, no me cabe la menor duda de que soy un afortunado.

Aún a pesar de los malos momentos, que los hay, por lo menos yo agradezco haber “caído” en este mundo y espero con ansiedad “mis” cumpleaños ya que cumplo años un día de Agosto -este el oficial- y días más tarde cumplo de nuevo ya que algunos años después nací nuevamente, quiero decir no me maté de milagro, que viene a ser como si volviera a nacer, van dos, pero queda un tercer aniversario que no desmerece para nada el mismo reconocimiento que los anteriores, o sea, tres cumpleaños, tres.

Del día “oficial” de mi nacimiento poco tengo que contaros, ya que curiosamente no me acuerdo de nada, pero me imagino a mi madre sufriendo el parto primero y feliz cinco minutos después con aquel personajillo que tenía en su regazo, un varón, el tercero de sus hijos, yo, que después de este momento tuve la suerte de disfrutar de ella durante años, mamá te quiero, no importa donde estés, estás conmigo.

Mi siguiente “nacimiento” y consecuentemente cumpleaños, que hace el numero dos de los que celebro sucedió a veintiún días del inicio del mes de agosto, sobrepasado Calatayud circulaba yo por la autovía y después de un viaje de diez horas, previo paso por Coruña, comencé a sentir, bueno no sentí nada, directamente me adormecí sobre el volante, desperté, y en el medio del desconcierto “espabilé” lo suficiente para llegar a aquel área de servicio cuyas luces veía con claridad por su cercanía.

Con los cinco sentidos recuperados pude recorrer el kilómetro escaso hasta llegar al área citada, que como es habitual disponía de una gasolinera, un café-bar-restaurante, y un amplio aparcamiento, estos dos últimos eran lo que precisamente necesitaba yo en aquellos momentos, un buen café y un descanso. Me fumé un pitillo, por aquel entonces aún fumaba, luego otro café y luego con una tranquilidad pasmosa vista la hora que era y el poco camino que me faltaba para llegar a mi destino, La Almunia de Doña Godina, decidí echar una cabezadita en el coche. Me despertó el frio, no sé el tiempo que dormí pero me pareció lo suficiente y decido continuar mi camino, con satisfacción veo una señal que reza “La Almunia 23”, no duré tanto, escasamente un par de kilómetros más y nuevamente me dormí al volante.  Mi despertar esta vez no fue tan pausado, solo fueron necesarios unos metros más para tragarme, materialmente, aquella señal, después oscuridad total, el vacio, un brusco golpe y aquella cuneta, grande, inmensa, fue mi salvación ya que el coche, a votes eso sí, allí metido, sin luces por el primer impacto con el motor apagado y consecuentemente sin frenos ni dirección continuó su camino por efecto de la inercia  allí encajonado como si de un raíl se tratara. Por la falta de frenos no podía parar, la oscuridad de la noche me impedía ver y así hasta que el coche metido en aquella cuneta conmigo “agarrado” al volante quiso detenerse, mientras, yo deseando, quizás rezando a la espera de que se parase de una vez sin saber lo que sucedería un milisegundo después.

Nada, nada, no me pasó nada, el coche se paró, yo intenté abrir sin conseguirlo por la puerta delantera, digo intenté, porque la condenada no abría, sin querer, yo, al golpear con el hombro en ella había puesto el seguro. La puerta derecha si pude abrirla pero no lo suficiente como para poder salir, el talud lo impedía. Pasé como pude al asiento trasero con la rapidez que el momento requería por el temor a  un posible incendio y la dificultad que suponía hacerlo entre aquellos respaldos de asientos tan cómodos pero tan difíciles de sortear  en aquel momento, desde la parte trasera, no me fue difícil salir del coche, subí hacía la carretera con la intención de parar al primer vehículo que pasase, ni al primero, ni al segundo, que se yo cuentos pasaron, el coche no se veía ya que se encontraba a un nivel más bajo y yo ya tenía dudas si me verían a mí en medio de aquel desierto y en la oscuridad de la noche. El siguiente sí que me va a ver, me dije, y así fue, era un camión que paró, me cogió, y diez minutos más tarde estaba en Calatayud.

Una vez en el hotel aviso a la Guardia Civil para, caso de que viesen el coche, que no llamasen a mi casa, ya que yo estaba perfectamente, el coche no estorbaba la circulación y por la mañana iría a retirarlo. Todo arreglado, susto pasado, a dormir. No era plan llamar a casa a aquellas horas de la madrugada, mañana será otro día.

Después del susto parecía iba a ser un día sin sobresaltos dignos de mención, avisada la grúa me fui con ella a retirar el coche del lugar del accidente, la carrocería además de los faros rotos parecía no tener grandes desperfectos, creí que iba a estar peor le dije al conductor de la grúa. ………. Bueno a ver, me respondió mientras enganchaba el tiro del remolque a la anilla de arrastre del coche, subió hasta la plataforma para operar el mando de tiro, me miró y me dijo: creo que será mejor que vayamos para el desguace, ante mi sorpresa añadió, tiene los bajos desechos y el motor está desplazado diez centímetros para atrás, vale más la reparación que el coche, y se quedó, él, tan ancho, y yo tan estrecho.  Ciertamente, al desguace, pero, menos mal que conseguí que en plan favor me abonasen por aquella chatarra tres mil quinientas pesetas, un capital.

Con el tercer cumpleaños me pasa como con el primero, bueno no, de este tengo mucho que contar pero eso será mejor dejarlo para otra ocasión, ya que no viene a cuento, pues tiene miga la cosa, bueno agua, ya que gracias a mi padre y a Tino el de Cedeira que nos libraron a mí y a mi prima de morir ahogados en San Jorge puedo celebrar también este aniversario.

No sé si esto es cuestión de suerte, o del destino, o un milagro, que todo puede ser, o eso creo, pero de lo que estoy seguro es de la razón que tienen las recomendaciones que tan amablemente nos efectúan desde Tráfico, y que a menudo olvidamos, para hacernos conscientes del riesgo que suponen algunos comportamientos al volante y especialmente el dormirse conduciendo por acumulación de cansancio o por la monotonía. “Ya sabes, al conducir espabila”.

 

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4 comentarios

  1. uuffff leyendo esto de tu accidente q suerte as tenido Manuel , no quiero ni pensar cual fue el tercero pero espero leerlo pronto pues se q estas vivo para contarlo, la verdad q si as tenido suerte y mucha así q cuidarse y con cuidadin por la carretera

    • Ciertamente fué un mal trago, y lo peor el tiempo que duró sin saber lo que me esperaba hasta que el coche paró, segundos que se te hacen eternos.

  2. Cierto, siempre confiamos demasiado en nuestras fuerzas, siempre estamos bien, no pasa nada…. hasta que pasa, verdad? De todas formas, aparte de que debes tener un Ángel muy eficiente, estoy convencida de que sólo nos iremos cuando sea » nuestro momento » Me alegro de que todo fuese bien.