¿Qué pasó con el C-5?

Enrique Barrera Beitia

Durante la guerra civil, el gobierno republicano puso al mando de sus buques de guerra a oficiales del Cuerpo General. Era una imposición del gobierno británico que, en caso contrario, se negaba a considerarlos como tales buques de guerra. Como se sabía que la mayoría simpatizaba con los sublevados y querían rendirse al enemigo, se constituyeron unos comités políticos para controlar a los comandantes. En los destructores y cruceros, el problema quedó relativamente mal resuelto, pero en los sumergibles fue un desastre.

El comandante del C- 5 era el capitán de corbeta José María de Lara y Dorda. En la madrugada del 26 de agosto hizo embarrancar el buque en una playa de Tarifa ocupada por los sublevados, pero con la pleamar logró escapar sin ser detectado. Ese mismo día, embistió con su proa al C-1, que tuvo que regresar a Cartagena a reparar. El 2 de septiembre de 1936 avistó al crucero Cervera en las inmediaciones del cabo Peñas, retrasando el lanzamiento de los torpedos. A finales de octubre de 1936, lanzó cuatro torpedos al acorazado España, que navegaba desprevenido, fallando todos pese a la excepcional situación, lo que sólo se explica por una manipulación previa en los giróscopos. Con este historial, es evidente que el comandante del C-5 despertaba algo más que sospechas. Finalmente, a últimos de septiembre de 1937, el C-5 desapareció tras zarpar de Bilbao.

El C-5 en Portugalete, durante la guerra civil

¿Falló mecánico o sabotaje del comandante?

La teoría del fallo mecánico, se apoya en que José María de Lara y Dorda ya tuvo una inmejorable oportunidad el 3 de septiembre de 1936, a las 3.30 de la madrugada, para hundir al submarino y suicidarse. Una lamentable decisión de su comité político abocó al C- 5 a librar un combate contra varios bous armados, un hidroavión y el destructor Velasco. Atacado por cargas de profundidad, quedó inmovilizado a 85 metros de profundidad y sin electricidad. Sólo gracias a la pericia del comandante y al trabajo de una tripulación que supo mantenerse serena, emergieron al límite de tiempo.

Además, Ramón Cayuelas Robles, el único tripulante que sobrevivió porque le cambiaron de destino minutos antes de que el buque zarpara en su último viaje, contó en un libro que al no haber entrado en dique, no estaba en condiciones de navegabilidad y que debió hundirse porque en su deteriorado estado, cualquier maniobra de inmersión conllevaba un elevado riesgo. En el norte no había bases logísticas donde realizar los trabajos más especializados y además se produjo un círculo vicioso; como los oficiales no tenían predisposición de hundir buques del bando rebelde, las autoridades destinaban los recursos a otras actividades y al mismo tiempo, como los sumergibles estaban cada vez en peores condiciones, sus comandantes no se arriesgaban.

La teoría del sabotaje se apoya en que desde el primer momento de la guerra, la prensa y las radios de la zona sublevada, lanzaron continuos llamamientos para que los comandantes de los buques republicanos los entregaran o –en su defecto- los hundieran, con ellos mismos dentro si no hubiera más remedio. Un ejemplo de esta actitud que las autoridades franquistas esperaban de los oficiales del cuerpo general de la Marina, es un artículo publicado en La Voz de Galicia por Fernando de Lara, un seudónimo. Personalmente creo que era el jefe de la flotilla de bous con sede en Viveiro, Félix Otamiz López, teniente de navío al mando del bou Tritonia. Esta persona tenía una sección denominada “Horizontes azules” y bajo el título de “Héroes anónimos”, publico un largo artículo del que extraigo las siguientes frases:

(…) Primera semana de Julio de 1936 en Cartagena. La marinería roja, envenenada y desatados sus instintos cavernarios (…). El submarino “C…” (¿que importa el número) se hallaba reparando en aquel arsenal, y su comandante, ante la horda desatada, procuraba esconderse y pasar a nuestro lado (…) Descubierto y aprisionado, fue conducido ante un comité revolucionario compuesto de marineros, contramaestres y condestables, convertidos de la noche a la mañana en almirantes, y puesto ante un terrible dilema: unirse a los rojos separatistas o ser fusilado en el acto, al propio tiempo que su familia.

El Comandante de nuestra historia, cedió (…) Y desde entonces, esperó la ocasión favorable para llevar a cabo el plan que venía madurando. Su falta era grave: había servido al enemigo. La contra partida, no podía ser únicamente pasarse a nuestras filas, había que llevar también el sumergible de su mando, que podía rendir en manos nacionales óptimos servicios.

Y un día, esta ocasión parece presentarse. A unos amigos suyos, nietos españoles bilbaínos les dijo: “mañana, tengo orden de salir a la mar. Lograré entrar con mi buque en Pasajes o no volveré más” (…) Nunca llegó a puerto nacional, pero jamás volvió a una base roja (…). Allá en el fondo del mar Cantábrico, encerrados en el cilindro de acero, deben yacer los cuerpos de víctimas y verdugos”.

Como vemos, alude al sumergible C-5 y a su comandante. En el expediente de rehabilitación del comandante, se hace constar que tenía planes para apoderarse del submarino, de una pistola, dinamita y una botella de amoniaco.

A estas alturas, nada se ha hecho para rescatar el pecio, que está localizado a diez millas en las costas de Rivadesella, y averiguar la verdad… si todavía es posible.

 

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