Taxis y Venta por Catálogo

( Pedro Sande García)-Muchos de ustedes se preguntarán que tienen que ver los taxis y la venta por catálogo, me atrevo a decir que nada, ni en el tipo de actividad ni en la evolución que se ha producido en ambos sectores. Sin embargo, contagiado del positivismo que muestran los políticos cuando interpretan los resultados electorales, me puse a buscar un nexo de unión, algo que pudiera relacionarlos.

Aunque la búsqueda resulto infructuosa decidí mantener el título del artículo, podía ocurrir que al terminarlo me diera cuenta de que el encabezado no fuera el más adecuado. Tras investigar la historia de ambas actividades, les puedo decir que nada tienen que ver entre sí.

Comencé las indagaciones centrándome en la historia del taxi, me van a permitir que me circunscriba a Madrid por ser la ciudad de España donde hay más número de licencias y donde, en el momento de comenzar a escribir estas líneas se producía una huelga en la que estaba en juego el futuro de este servicio privado de uso público. Creo que es justo diferenciarlo de lo que es un servicio público de uso público. Fue en el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, cuando aparecen en Madrid las primeras mulas de alquiler. Posteriormente surgen las sillas de mano, las literas empujadas por mulas y los coches de caballo inicialmente con capota y posteriormente descapotables. Los primeros autotaxis aparecen a principios del siglo XX, desapareciendo prácticamente durante el período de la guerra civil, fue a partir de los años 50 cuando su situación comenzó a mejorar hasta llegar a nuestros días. Como podrán observar ustedes la evolución del servicio poco ha variado salvo en dos aspectos. El primero en cuanto a la tracción, inicialmente la realizaban mulas y caballos y ahora son caballos de vapor, lo que ha mejorado considerablemente la confortabilidad del servicio; el segundo aspecto está relacionado con la tecnología y la incorporación del teléfono, el clásico, el de toda la vida, al servicio. Entre otras cosas esto ha permitido una geolocalización primitiva, al llamar a la centralita identifican al cliente y la última dirección desde donde ha llamado. Podríamos decir que nos encontramos ante una historia larga en tradición y breve en evolución.

Creo que no es atrevido afirmar que la venta por catálogo es una evolución de la venta ambulante, una actividad que en España practicaban tradicionalmente los buhoneros que incluso vendían gafas pregraduadas con el método de prueba y error ya que tanto el cliente como el vendedor desconocían la graduación de las lentes. Pero donde se produjo su gran desarrollo fue en los Estados Unidos a partir del período de la colonización del Oeste. En 1872, en los Estados Unidos, Aaron Montgomery editó el primer catálogo, una sola hoja, en el que mostraba parte de los artículos de su tienda física que se podían comprar por correspondencia. Sin embargo en Europa la venta por catálogo no llego a popularizarse ni surgieron empresas del tamaño de las grandes distribuidoras americanas.

En cuanto al comercio tradicional, el de la tienda física, es a finales del siglo XIX cuando surgen los primeros grandes almacenes tanto en Europa como en los Estados Unidos, un modelo que se ha mantenido hasta nuestros días. En la primera mitad del siglo XX, la forma de comerciar no tuvo una evolución significativa en un mundo más centrado en la mejora de los procesos productivos y en las dos guerras mundiales. Es a partir de los años 50 del siglo pasado cuando comienzan a surgir los grandes centros comerciales, los denominados malls en Estados Unidos y los primeros hipermercados en Francia en el año 1963. La irrupción de estos grandes centros supuso una revolución en la actividad del comercio y como en toda evolución surgieron voces a favor y en contra de su implantación, un cambio radical que afectó a los modelos tradicionales de venta. Esta nueva competencia provoco la desaparición de establecimientos tradicionales y de pequeños comercios, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos. En las afueras de las ciudades comenzaron a surgir construcciones agresivas, denominadas anti urbanas por estar construidas para no interactuar con el exterior, inicialmente dedicadas al comercio y que con el tiempo se fueron convirtiendo en auténticos parques de atracciones. Mega centros que se han expandido como una auténtica plaga en las últimas décadas, convirtiendo a España en uno de los líderes mundiales de superficie comercial por habitante. La característica anti urbana de estos centros tiene como objetivo que el cliente no interactué con el mundo exterior aislándolo en una burbuja donde la medida del tiempo deja de existir y la uniformidad convierte en clónicos todos los centros comerciales.

Pero es partir de la primera década del siglo XXI cuando se produce una auténtica revolución en la actividad comercial que viene marcada por la irrupción de la tecnología, tanto aplicada al proceso de venta como a todo el proceso de logística y distribución. Un cambio en el que todavía estamos inmersos y cuyo futuro está por definir. Es evidente que esta revolución no solo afecta al comercio sino que está condicionando la forma de relacionarnos con nuestro entorno.

El nuevo paradigma recuerda a la primitiva venta por catálogo, pero las diferencias son abismales. Ahora nos encontramos con catálogos virtuales, accesibles las 24 horas del día desde cualquier parte del mundo con los cuales podemos interactuar: buscar, comparar, comprar, vender, devolver, pagar y analizar los productos y servicios que se ponen a la venta; y todo ello de una forma rápida y sencilla. Por motivos profesionales tuve la suerte de participar en los inicios de esta revolución tecnológica y recuerdo las dudas y reticencias que se generaban. A muchas personas les costaba aceptar que se pudiera sacar un billete de avión por internet, o reservar una habitación de hotel, comprar un libro, unas zapatillas de deporte, hacer la compra en el supermercado, leer la prensa o interactuar con el banco y acceder a toda la oferta de productos y servicios con un solo clic, a cualquiera hora y desde cualquier lugar del mundo.

Ya no hablamos de una nueva competencia que solo afecta al pequeño comercio, los grandes almacenes y los grandes centros comerciales se están viendo seriamente amenazados por este nuevo modelo. En Estados Unidos las previsiones hablan del cierre del 25% de centros comerciales en los próximos cinco años y tradicionales grandes almacenes ya han echado el cierre. En España se está produciendo un cambio muy significativo que ha comenzado en las grandes ciudades, las tradicionales marcas que se asentaban en los grandes centros comerciales están abriendo en el centro de las ciudades: hipermercados de alimentación, grandes superficies especialistas de ropa deportiva, de electrónica y electrodomésticos, de decoración, de bricolaje están abriendo centros en las principales calles acercándose físicamente al cliente. Igual que hace 15-20 años parecía imposible comprar un billete de avión por internet, lo mismo está sucediendo con las grandes cadenas de moda, todas ellas están desarrollando parte de su estrategia en la venta por Internet dada la gran demanda de los nuevos compradores.

Llegados a este punto y dado el título de este artículo, muchos de ustedes se preguntarán cual es la razón de que hasta el momento no haya escrito nada sobre el modelo económico que sustenta esta nueva forma de comerciar productos y servicios. En realidad creo que yo no quería hablar de taxis y venta por catálogo, yo quería hablar de evolución y para hablar de modelo económico sería necesario uno o varios artículos adicionales. Por otro lado y dado que entre las críticas que tienen estas nuevas formas de comerciar esta la del modelo económico en las que se sustentan, sería injusto centrarse en determinados colectivos y olvidarse de todos aquellos que también están afectados por el nuevo modelo, por citar algunos ejemplos: los millones de trabajadores que en condiciones miserables producen productos que luego son vendidos en tiendas físicas y virtuales, y son consumidos por todos nosotros; empresas a las que la legalidad les permite pagar sus impuestos en países o paraísos fiscales ajenos a su lugar de actividad; los que compran una licencia administrativa y luego se les permite especular con ella; los repartidores de comida a domicilio; los profesionales encargados de la limpieza en los hoteles; a los becarios sin sueldo y sin cotización a la seguridad social; los desahuciados; los que sufren la pobreza energética; los médicos MIR que después de años de esfuerzo e inversión económica reciben sueldos miserables y así podría seguir llenando espacio en este artículo.

Al fin y al cabo yo solo quería hablar de evolución y es por ello que me parece que la mejor manera de terminar es recordar un cita de Charles Darwin: «No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, tampoco es la más inteligente la que sobrevive. Es aquella que mejor se adapta al cambio».

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