Inoue, señor de Chikugo, el inquisidor sonriente

Juan Julio Alfaya

«Silencio»(Chinmoku), de Shusaku Endo, es una novela histórica, basada en hechos reales, publicada en 1966. Es la historia de un misionero jesuita enviado a Japón en el siglo XVII, que sufrió persecución en la época de los Kakure Kirishitan («cristianos ocultos«) que siguió a la derrota de la rebelión de Shimabara en 1637. Ganó el Premio Tanizaki por lo que se la llamó «una de las mejores novelas del siglo XX».

Un joven jesuita portugués, Sebastián Rodrigues (basado en el personaje histórico Giuseppe Chiara), es enviado a Japón para socorrer a la Iglesia local e investigar las denuncias de que su mentor, el padre Cristóbal Ferreira, ha cometido apostasía. Ferreira es una figura histórica, que apostató después de ser torturado y más tarde se casó con una japonesa y escribió un tratado contra el cristianismo. En la novela, Sebastián Rodrigues también apostata. Como acababa de morir un tal Okada Sanemon, el padre Rodrigues es obligado a tomar el nombre del difunto y a casarse con su viuda.

El hacer un estudio pormenorizado de los personajes, el argumento de la novela y la persecución religiosa contra los cristianos en el siglo XVII sería demasiado extenso y nadie lo leería, por ello quiero enfocar mi atención solamente en uno de los personajes: Inoue, señor de Chikugo, el inquisidor sonriente.

INOUE, SEÑOR DE CHIKUGO

Inoue, señor de Chikugo, era el nuevo magistrado para asuntos religiosos.Su apariencia de bondad, amabilidad, cordialidad, refinamiento e inteligencia hacen que el padre Rodrigues se lleve una sorpresa al conocerle, pues se imaginaba a un señor feudal de aspecto terrible, parecido al de los samuráis encargados de su detención y vigilancia durante su estancia en el calabozo. Inoue estaba logrando que los cristianos

imagen del «fumie» que obligaban a pisar a los cristianos

japoneses apostatasen uno tras otros tras pasar por el rito de pisar el «fumie», una pieza rectangular compuesta por una pequeña tabla de madera con una imagen de bronce del Crucificado.

La inmensa mayoría de las víctimas de la persecución anticristiana liderada por Inoue eran campesinos japoneses descritos por el padre Rodrigues como seres humanos «forzados a trabajar como bestias y abocados a una muerte de bestias». El fruto de su trabajo de esclavos se lo llevaban los impuestos y apenas les quedaba una miseria para sobrevivir en condiciones infrahumanas.

Sebastián Rodrigues no fue torturado físicamente y, sin embargo, apostató. ¿Hay algo más doloroso e insoportable que la tortura física? Sí, e Inoue lo sabía. Imagínate que en vez de torturarte a ti torturan a tus seres más queridos delante de ti, colgados cabeza abajo sobre un foso oscuro, sangrando por la nariz y por la boca, y la liberación de los torturados no depende de ellos, que ya han pisado el «fumie»; cien veces, sino de ti que renuncias a apostatar.

El inquisidor, a través de terceros, nunca en persona, le deja bien claro al padre Rodrigues que el que esos campesinos pobres dejen de sufrir depende solamente de él. Si él apostata, serán atendidos por médicos y puestos en libertad. Este era, ni más ni menos, el método satánico que le permitió a Inoue erradicar el cristianismo del Japón, aunque no totalmente, pues siempre permaneció un resto viviendo en la más absoluta
clandestinidad.

CONCLUSIÓN

A pesar de los terribles métodos de Inoue, pequeños grupos de cristianos sobrevivieron en la clandestinidad hasta que en 1865 el sacerdote francés Bernard Petitjean edifica una parroquia en Urakami, en las afueras de Nagasaki, para el uso exclusivo de los europeos. El 17 de marzo de 1865 Petitjean encontró a 15 japoneses en la puerta de la parroquia.​ Los extraños visitantes se veían asustados. Uno de ellos, de nombre Pedro, se presentó como catequista y preguntó si Petitjean era obediente del «gran jefe del Reino de Roma«; y si «no tenía hijos«. Luego de que el sacerdote
respondiera afirmativamente, Pedro dijo feliz que «en casa (Urakami) todos
son como nosotros. Todos tienen nuestro mismo corazón«. Sin embargo, la
persecución, las torturas y los asesinatos continuaron hasta que la libertad de religión se estableció en el Japón en 1889.

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