El retorno de los brujos

Por Gabriel Elorriaga F.

Fernando Simón, ese hirsuto epidemiólogo teleadicto, ha sorprendido a los españoles con la contrarevelación de que está asesorado por once científicos secretos. Es decir, que son doce los expertos, incluido entre ellos el propio Simón. Ni uno más ni uno menos. Como las doce horas del día, los doce meses del año o los doce apóstoles de Cristo. Una cifra mágica y sonora, como las doce campanadas de media noche, cuando se aparecen los fantasmas. No se sabe si es un comité de médicos, biólogos, sociólogos, futurólogos, alquimistas, habituales burócratas del ministerio de donde procede el expuesto doctor Simón o, sencillamente, “alarmistas” de cámara lenta. Pero, en todo caso, secretos, contra todas las normas de transparencia de toda estructura democrática.

Nadie pensó nunca que las eminencias solventes de un país deban permanecer ocultas en tiempos difíciles. Por el contrario, lo aconsejable sería que avalasen con su prestigio las decisiones del Poder Ejecutivo que en manos de Sánchez, Iglesias, Lastra, Garzón etcétera, no suscita garantías por su propia veracidad o conducta. A nadie se le ocurrió jamás que fuesen secretos los nombres de los magistrados de los Tribunales, de los arquitectos que firman los proyectos de los edificios, de los generales que mandan las tropas, de los cirujanos que operan en los hospitales o de los cardenales de la Santa Madre Iglesia. Muy por el contrario, estos personajes parecen avalar con sus currículos, con sus publicaciones, con sus títulos o con su crédito las decisiones de los ejecutivos a quienes asesoran. No son gentes a quienes les intimide sentirse presionados o agobiados por la fama. La mayor o menor dosis de vanidad que forma parte de la naturaleza humana hace suponer que no disfrutan con el anonimato sino que se complacerían en ser estimados como lo que son: sabios, expertos o técnicos honrados e independientes.

Mantener en secreto a doce ilustres consejeros es desde otro punto de vista una pretensión inútil. Si son funcionarios públicos figurarán en la nómina ministerial y si proceden de la sociedad civil habrán sido invitados a asesorar mediante negociaciones en que habrán intervenido varias personas. Si se reúnen en el Ministerio de Sanidad serán vistos tanto por el personal que deba asistirlos con datos o investigaciones como por quien les sirva un café o limpien la sala de reuniones. Salvo que Fernando Simón haya montado instalaciones extraoficiales para reunirlos ocultamente como si fuesen espías al servicio de una causa inconfesable. Pero quizá no se reúnen nunca personalmente sino que se comunican por videoconferencia, que queda más moderno. Los procedimientos virtuales sustituyen en nuestros días a las escobas de las brujas que acudían al aquelarre gracias a las drogas lisérgicas

Esta historia, si no es otra mentira, parece cosa de brujos o de brujas, para ser sexualmente ecuánimes. Suponemos que también se haya equilibrado el acceso a estas asesorías en número proporcional del género masculino y femenino, como mandan los cánones del santo feminismo ministerial. Este comité, tan cuidadosamente reservado por Fernando Simón de acuerdo con su criterio personal, no admite ser valorado sino por razón de fe en el instinto esotérico del seleccionador. Son doce nigromantes de ciencias ocultas elegidos sigilosamente por el epidemiólogo mayor del Reino. Son los brujos actuales que retornan sin derecho a pantalla ni a micrófono. Recogidos en sus oscuros laboratorios hasta ser convocados a consulta por el contador de difuntos, los doce innombrables son la institución más peregrina con que se han topado los españoles en el tortuoso camino del estado de alarma. Quizá algún día, cuando hayamos salido de esta maldita pandemia, se publicará un cuadro orlado de laurel con las fotografías de las doce eminencias que ayudaron a Pedro Sánchez a orientarse en el laberinto de los estados de alarma sucesivos. O quizá, siguiendo las normas ancestrales de la nigromancia, regresen anónimos para siempre a sus oscuros laboratorios dejando a Simón el Mago como la única personificación del retorno de los brujos.

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