Sabores ártabros-Un blanco legítimo

José Perales Garat

Bueno, pues volvamos a ese Camino Inglés que recorre el Golfo Ártabro salgas de donde salgas, que ya está plagado de peregrinos de muchos países recorriéndolo y (salvo los que se quejan de que hay mucho asfalto) compartiendo encantados su experiencia. Ya os he contado, creo, que la última ocasión en la que lo recorrí a pie me encantó comprobar cómo los viñedos empiezan a dejarse ver con cada vez más profusión en los municipios de Paderne y Betanzos, aunque podría decirse que todavía no hay nada parecido a una eclosión de estos vinos tan ártabros.

Va a ser éste uno de esos artículos que sé que tienen menos difusión que otros, pero que me encanta escribir por unir dos de mis grandes pasiones: el patrimonio y la gastronomía; vamos  allá.

Se sabe, o se cree que se sabe, que ya cuando en 1212 el Rey Alfonso IX de Castilla le concedió a Betanzos el título de villa, pululaban por sus estrechas callejas peregrinos llegados desde tierra ignotas, y que el auge de esta capital de la Casa de Andrade fue en aumento al menos hasta la época de los Reyes Católicos, cuando se le concedió el título de ciudad y la capitalidad de la provincia de su nombre. Hasta aquí la historia, que no deja de ser extraña: durante esos tres siglos de predominio territorial y alianzas con las casas señoriales más importantes de España, los europeos ignorábamos de la existencia de la patata, o sea que ese predominio, por raro que os pueda parecer hoy en día, nada tuvo que ver con las famosas tortillas.

En Betanzos se celebran las fiestas de los Caneiros, auténticas bacanales a flote en la que los brigantinos consumían y consumen sus propios vinos, que seguramente vengan del transporte de las barricas hasta la desembocadura del Mandeo cuando los calados de los buques aumentaron con los viajes atlánticos. Hasta aquí la suposición.

Y ahora la ensoñación: en los meandros del Mandeo, en las umbrías laderas de la ría, los cultivos de vid se expanden hasta esa mariña donde el mar y la tierra se besan; los fangos de ese paraíso aportan oxígeno al aire más puro que se pueda respirar, y los robledales y fragas que protegen los viñedos del viento, sirven para serrar los tablones con los que se fabrican esos toneles donde envejecen los caldos, pero también las barcas en las que se transportan río arriba y río abajo : a los vinos de Betanzos les gusta viajar, y por eso en las faldas de Esmelle también se cultivan, y cada vez en más laderas en las que el eucalipto está en franco retroceso. Los peregrinos degustan esas tortillas semilíquidas regadas con los caldos que producen esas peculiares tierras, a caballo entre Ferrol y Coruña, entre la Terra Cha y el Atlántico, auténtico escondrijo de las Rías Altas, de las que se puede considerar la más extensa.

En Ferrol se celebra desde hace tiempo una de las ferias vinícolas más importantes del Norte de España, FEVINO, lo cual tiene mucho mérito para ser sólo consumidores. En esta ocasión, sus organizadores han decidido recorrer el sendero jacobeo y dedicar una jornada a los vinos de Betanzos, indicación geográfica relativamente joven en la que las variedades branco lexítimo y agudelo empiezan a envejecer y a madurar, lográndose unos vinos que, al decir de los expertos, tienen la magia de ser algo absolutamente exclusivo de nuestra tierra y prácticamente desconocido.

La co-presidenta de los Decanter World Wine Awards Sarah Jean Evans y el doctor en enología de la Universidad de Burdeos Dominique Roujou de Boubee han alabado estos días en la prensa especializada y en la generalista las posibilidades de los vinos gallegos, y ambos coinciden en que esos vinos atlánticos que se elaboran en Betanzos todavía tienen mucho más que decir.

Yo creo que está muy bien decirle a los productores de eucalipto que los arranquen, y está genial la idea de sustituirlos por especies autóctonas que aportan muchos más beneficios estéticos y paisajísticos, pero uno de mis sueños más recurrentes es ser propietario de un viñedo, y otro es que la carpintería de ribera vuelva a nuestro golfo y genere un cambio en los usos del suelo. Y ojalá, ojalá pase que un día alguien cumpla mi sueño y pueda marear sus vinos en esos caneiros, en esas barcas de madera oscura pintada de colores, con el fruto de la vid y del trabajo del hombre, embotellado con el corcho de nuestros propios alcornoques, que aquí se llaman sobreiras y que seguramente den nombre a ese Sobrado de los Monjes que nos enseñaron a cultivar la uva, a pisarla y a utilizar nuestra proverbial paciencia para conseguir algo tan obvio que es blanco y en botella.

Blanco legítimo, qué bello nombre, y qué bello sueño para vivir, el de ver cómo desde Ferrol ha empezado un camino en el que una inglesa va a llevarse a Londres el nombre de nuestra tierra en una peregrinación que, cada vez más, congrega a miles de peregrinos que, en la mitad de su recorrido, tomarán una copa de esos caldos que tal vez en un futuro no muy lejano nos llevarán de vuelta a nuestro espléndido pasado, puede que gracias a unas raíces que van
horadando nuestra tierra con esa tenacidad que sólo se asemeja al inexorable paso del tiempo.
¿Lo veis vosotros también legítimo?

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