Avatar: el sentido del agua

Pedro Sande García

Ha pasado algo más de un mes desde que fui al cine a ver el último filme de James Cameron. Durante este tiempo mi relación con la escritura sufrió un parón no deseado, hay lugares en los que las aguas de los ríos se quedan estancadas de manera espontánea, es la propia naturaleza la que toma esa decisión sin que nadie intervenga en ello.

Con Avatar: el sentido del agua me ocurrió lo mismo que me suele suceder cuando leo un libro o voy a una casa de comidas, la primera impresión es la que perdura, el paso del tiempo lo único que produce es el sosiego y el reposo de las sensaciones iniciales. He  estado buscando una palabra con la que calificar esa primera impresión que me causo la segunda entrega de Avatar y siempre me ha surgido la misma idea, «insípida», término quizás más adecuado para un comentario gastronómico que para uno cinematográfico pero que define con toda claridad esa impresión inicial que con el paso del tiempo se ha ido asentando.

Cuando hace doce años vi la primera entrega de Avatar salí del cine sorprendido y emocionado. James Cameron, según sus propias palabras, espero estos
doce años para tener la tecnología necesaria que le permitiera dirigir esta segunda entrega. No he percibido en ningún momento nada nuevo ni nada que me llamara la atención en esta segunda entrega, tampoco me sorprendió y mucho menos me emocionó,  es posible que yo no haya sido capaz de apreciar el uso de los avances tecnológicos.

Avatar: el sentido del agua es más de lo mismo durante 192 minutos. En muchos momentos parece una película de dibujos animados, desconozco si era la intención del director, y aunque la mayoría del tiempo se desarrolla en el agua no sentí la sensación de estar viendo una historia que se desarrollara sobre la superficie y en las profundidades marinas. En el caso del guion, no puedo utilizar el término de insípido, y no me queda más remedio que hablar de una vulgar película de buenos y malos, donde los buenos son demasiado buenos y los malos llegan a ser malísimos. Se acuerdan ustedes de las películas de vaqueros, pues algo parecido, lo que ocurre que en esta ocasión los protagonistas no son interpretados por John Wayne ni por Gary Cooper. Ninguno de los actores estará nominado para un premio interpretativo, salvo los escasos minutos de Sigourney Weaver y de dos o tres actores más a cara descubierta, el resto de personajes están envueltos en toneladas de maquillaje y caracterización que permite que su interpretación no tenga nada que ver con la calidad de unos actores que se confunden con personajes de dibujos animados.

En la primera entrega de Avatar fueron personajes que me sorprendieron por su originalidad pero que en esta ocasión acaban convirtiéndose, todos ellos, en seres uniformados con el mismo disfraz.

Se preguntarán ustedes como ha sido posible que, con semejantes comentarios, haya podido aguantar las más de tres horas de metraje. Es cierto que en algún momento miré el reloj para ver los minutos que faltaban, gesto nada bondadoso cuando se produce durante el visionado de una película. Fueron varias las razones que me hicieron aguantar hasta el final del filme. Una de ellas es que ya había pensado que quería escribir un artículo sobre la película y por lo tanto no sería honesto hacerlo si hubiera abandonado antes de su finalización, tampoco los 192 minutos se me hicieron incómodos, quizás porque ese día había realizado una caminata de más de 17 kilómetros y me sentía muy a gusto recostado en la butaca del cine arropado con una agradable temperatura.

Llama la atención que pese al enorme despliegue tecnológico que se supone utilizó el director para producir el filme no hay ningún personaje, ningún animal ni ninguna planta, ningún lugar ni ningún armamento que me hayan deslumbrado. Pasados los primero minutos nada llamó mi atención. Se habrán dado cuenta de que he utilizado la palabra armamento, no ha sido un uso accidental, la película contiene y transmite una carga de violencia muy superior a la que, en otra época, transmitían las películas de vaqueros. Será porque en el caso de Avatar los malos son muy, muy malos.

Para terminar no quisiera que mis comentarios les desanimara a ir a ver la película, no deben hacerme ningún caso. Mis comentarios solo deben de influir en mi decisión de ir a ver una tercera entrega, si James Cameron decide rodarla.

Vayan al cine y cuídense mucho.

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