Lacónicos

José Perales Garat

Ponerse a escribir en esta época tan lacónica puede llevarnos a cierto empacho por repetición, y a pocos les gusta que la comida se repita, pese a que muchos seamos más bien tendentes a repetir cuando el condumio está a nuestro gusto. Este año la cosa no va mal: por ahora tan solo una laconada y la organicé yo para un selecto grupo de allegados, que es como mejor saben las cosas. Lo de comer con amigos es algo que alarga la vida, dicen los que saben de esto, porque se generan endorfinas, que son unos opióideos endógenos que genera nuestro cerebro cuando hacemos algo que nos gusta mucho. Estos aminoácidos que
nacen entre nuestra hipófisis y el hipotálamo (que a saber dónde están), generan analgesia, sensación de  bienestar e incluso euforia, y para mí son la explicación más probable a la longevidad de los gallegos: tú empiezas a olisquear el lacón y a escuchar su burbujear en la pota, y parece ser que generas algo llamado lipotropina beta, que está compuesto por un montón de aminoácidos y que, sólo con aparecer por el organismo, empieza a sumar tiempo de vida al afortunado dueño del hipotálamo protagonista del asunto.

El problema, claro, es que a toda acción le corresponde una reacción, y esa sensación de euforia nos va haciendo olvidar nuestra condición de sapiens y pasamos a comportarnos como se comportaría cualquier úrsido antes de invernar o una vulgar anaconda tras zamparse un búfalo con cuernos y todo, y ahí es
donde se rompe el equilibrio: tu hipófisis lucha contra el cromagnon que llevas dentro y, mientras uno recomienda moderación, el otro te impulsa a hacerte con un garrote, pintar en las paredes y atiborrarte de todo lo que encuentres por si no vuelves a cazar un mamut hasta dentro de un par de semanas, y entonces
empieza la vocecilla, que pocos saben controlar y menos aún reprimir, y en ese preciso momento es cuando se unen los “a mayores” como el licor de café, la caña, los freixós, las torrijas y las orejas, cuando no el queso de pasta blanda (del país) o a cualquier otra muestra de lo ingenioso que pueden llegar a ser los reposteros a la hora de imaginar recetas que acumulen todos los alimentos grasos y dulces disponibles en el el territorio nacional; sí, mis queridos lectores: siempre estamos cavando nuestra tumba, lo sé, pero hay días en los que la parca afila la guadaña por si al final acaba cediendo el piso.

Como ya vamos sumando años, claro, nos intentamos moderar, comprarnos relojes de esos que te recuerdan de forma inmisericorde -y aún más impertinente- lo poco que has caminado esta jornada e incluso visitamos esos grandes centros comerciales en los que todo invita a hacer ejercicio físico y a ponerte en forma (estas tiendas serían como el angelito que te intenta alejar de las laconadas, cocidos, barbacoas, patrones y demás)… pero luego sales dispuesto a caminar un saludable paseo y algo en el cielo te dice que es más que probable que algún día de estos empiece a llover, y que la continuidad es muy importante y que, al fin y al cabo, cuando los ingredientes son naturales, no pueden sentar mal, y decides que, total, si no vas a poder salir todos los días, es mejor quedarse en casa con esa manta tan abrigosa de la abuela y que, si acaso, en mayo empiezas, que seguro que hace mejor tiempo.

Vivir en Galicia tiene esos retos, claro, y me consta que ya hay varios profesionales que están dando por finalizada la Fase Cocidos para comenzar a maquinar la cocina de Cuaresma y, que Dios nos perdone, engañar a la abstinencia de carne con esos bacalaos, esos pescados y mariscos y esos potajes que serán
sustituidos por… en fin, no os quiero aburrir, que ya van casi dos años de sermones en los que espero haberos entretenido, pero estos días tan lacónicos hay que levantarse con decisión y exclamarnos a nosotros mismos ¡Hoy no como! Y así, tal vez, si lo decimos con convicción todos los días, es posible que los aminoácidos venzan a los lípidos y pasemos a engrosar las filas de esos centenarios que salen de vez en cuando en la prensa diciendo que nunca se han privado de nada, aunque lo más probable es que esos cantos de sirenas -las maruxainas gallegas- nos lleven otra vez por el camino del mal y tengamos que ayunar en Cuaresma no por motivos religiosos, sino para garantizar que llegamos al verano sin provocar daños severos en la estructura de nuestros pisos.

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