Aislacionismo

Gabriel Elorriaga Fernández (diario crítico)

Sazonado con la salsa casera de los instintos localistas, bajo el nombre de nacionalismo, se disfraza algo que sería impresentable bajo su verdadera realidad: aislacionismo.

No solo porque, en el caso de España, como miembro de la Unión Europea, el nacionalismo llevado a su hipótesis final, la independencia, signifique desgajarse sin perspectivas de regreso a plazo históricamente previsible, sino porque la ruptura interior del mercado único significaría el distanciamiento económico de los territorios circundantes. A nivel universal, el establecimiento de relaciones de un nuevo pequeño estado es, también, un trance complejo y dilatado, dado que los lazos de intercambio y amistad con otros pueblos no son formulas automáticas, derivadas de un simple reconocimiento formal, sino consecuencia de tradiciones e intereses establecidos a través de los siglos. Ni siquiera entra en lo improvisable el funcionamiento de una red consular completa y jurídicamente eficaz sin personal ni instalaciones reconocidas.

El choque con la realidad de los ciudadanos y los intereses de una nación con proyección internacional política, monetaria, defensiva y cultural, convertidos en ciudadanos de una entidad política menor, poco conocida e improvisadora de nuevos lazos internacionales es un trauma de tal calibre que condena al retroceso y a la pobreza mental y material a varias generaciones. Es difícil suponer cuanto tiempo tardarían en recuperarse del trauma los pueblos víctimas de los nacionalistas y cuanto tardarían sus hipotéticos dirigentes en intentar un camino de vuelta, buscando alianzas de seguridad y defensa, cooperación diplomática, acuerdos comerciales y demás instrumentos necesarios para volver a un «status quo» más o menos aproximado a las circunstancias de la situación anterior a su voluntario proceso de aislamiento.

Es conveniente que se despliegue una pedagogía informativa suficiente para que los ciudadanos  de algunos territorios, adormecidos por el narcótico barato de las músicas locales, se enteren de que esto de los nacionalismos son historias imaginarias que nunca existieron en el pasado ni tienen ningún porvenir razonable en el futuro. Que sepan que lo que han presentado como nacionalismo unos políticos de campanario es un invento peligroso que solo conduce al aislacionismo, en dirección contraria a la marcha del mundo en que vivimos.

Hace falta que el pueblo comprenda que cuando se dice que algunos políticos pueden llegar a ser un problema por sí mismos y no la solución de los problemas,  no hay peor problema que el derivado de dar crédito a unos tales que quieren convencer a la gente poco reflexiva o poco informada de que una Nación-Estado pueda nacer porque lo digan ellos, en un trance de alucinación, y no por la sedimentación de la historia, la cohesión social de una larga convivencia y los objetivos comunes. Nacionalismo, en el siglo XXI, no quiere decir otra cosa que aislacionismo.

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