Los años perdidos

Antonio M. CarmonaAntonio Miguel Carmona-(director diario crítico)

Se quedaron mirando el paisaje viendo cómo caía primero la lluvia, luego el granizo, la tormenta que desoló la cosecha, el huracán que levantó sus casas, el ciclón que impidió que durante mucho tiempo pudieran construir un futuro. Se quedaron mirando.

Desde que se inició la crisis la mayor parte de las administraciones se han quedado mirando. Nada hizo nada por nadie. Para ser más justos: apenas se hizo algo que pudiera remediar el dolor y mostrar que el estado estaba allí… para algo.

Infectados de tardoliberalismo, es decir de neoconservadurismo, las administraciones se habían hecho débiles, escasamente fuertes, pesadas en su burocracia y poco efectivas en la práctica. Lideradas por gobernantes capaces de explicar lo bien que iba el ciclo cuando la onda crecía, pero incapaces de reaccionar frente a la tormenta y a la desesperanza.

Son los años perdidos de la historia de España. Años dedicados a discutir si Zapatero fue incapaz, o no, de predecir la crisis, error que sufrieron todos los organismos internacionales salvo aquellos que siempre dicen que hay crisis

Años perdidos en discusiones baldías de unos políticos tan útiles para la retórica como torpes para la acción. Se han quedado todos mirando cómo la tormenta se lleva las casas de los más vulnerables. Observando cómo se desahucia a los que menos tienen, cómo se estafa a los que compraron preferentes, cómo pasan las horas, los días, los años, sin encontrar trabajo.

En la lluvia es cuando sabemos si el tejado está bien construido. En las dificultades sabemos si nuestros parlamentarios, nuestros gobernantes, nuestra prensa, nuestros intelectuales, nuestra universidad, está a la altura de los problemas. Y no.

Rebosantes de potestad, carentes de autoridad, las administraciones confusas se dedican a ordenar expedientes, a innovar tasas y a tramitar multas, sanciones y requerimientos. Ajenos al mundo en el que vivimos dejan que los años se conviertan en perdidos para muchas generaciones.

Tenemos la responsabilidad de tomar el pulso a la gente, ser una vez más la gente. Tomar decisiones atrevidas, activando al estado como garante de derechos y rentas. Necesitamos ciudadanos que hagan de la política el camino para la solución de las dificultades y rechazar a aquellos que se quedan mirando cómo el tiempo, el calendario, va marcando el paso de los años perdidos de nuestra historia.

 

 

 

 

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