Temas militares

Gabriel ElorriagaGabriel Elorriaga Fernández-(diario critico)

Hace pocos días, el Ministro de Defensa francés Jean-Yves Le Drian, consideró oportuno suspender, por «motivos de agenda«, la visita que le había solicitado el insoportable Artur Mas, presidente de la Generalitat  y, como tal, primera autoridad del Estado español en Cataluña, pedida bajo pretexto de desempeñar el citado ministro, por circunstancias ajenas a su cargo gubernativo, la presidencia de una Unión de Regiones Mediterráneas Europeas. El inefable Mas se está convirtiendo afanosamente en una caricatura del nacionalismo admitido y aceptado, como un típico «ninot» colocado vistosamente sobre la estructura de un monumento fallero oficialmente subvencionado. Aunque se hunda en las recientes encuestas y no tenga garantizado ni el apoyo de sus imprescindibles aliados, ni la lealtad de sus consejeros, Mas patrocina planes de Estado, como si ejerciese poderes absolutos y vitalicios, sin respetar los límites del marco competencial que le conceden las leyes ni tener en cuenta la creciente desconfianza hacia su persona del electorado catalán. Y como ha sucedido varias veces, en las historias de megalómanos comarcanos, sueña con soldaditos.

Niveles de tontería sublime

Es difícil imaginar niveles de tontería tan sublime como intentar mentar asuntos de naturaleza militar cuando no se dispone de un ejército propio. Pero peor es estar jugando con recortables de soldaditos de papel dentro de unas teóricas «estructuras de Estado». Unos días se lee que los estrategas de la «masía» estudian la posibilidad de fichar a un inimaginable traidor, militar de carrera del ejército español, para que organice el desfile, se supone que terrestre, por supuesto, de unos mozos presuntamente aguerridos. Otros días se lee que, una vez reclutados, los aguerridos mozos se podrían ofrecer al Cuerpo de Ejército Europeo, la inmadura unidad nunca fogueada con la que algunas naciones de la Unión Europea, entre ellas España, experimentan los problemas que supone el manejo de una tropa internacionalizada y a la cual no le faltaría más que para complicar sus cuadros, con  introducir identidades étnicas regionales, incompatibles y conflictivas. Otras veces se les ocurre a los imaginativos felones que podía «interesar» asumir la defensa de Cataluña a la República Francesa, aunque sea a costa de renunciar al símbolo más inconfundible de soberanía a la que dicen aspirar. Todo este conjunto de mentecateces está adobado por la más absoluta ignorancia de lo que es la política de defensa occidental en nuestra época y, especialmente, de cuáles son las amenazas a que hace frente en ese Mediterráneo que baña las costas, puertos, aeropuertos, zonas industriales, centros energéticos y lugares turísticos de Cataluña.

Infiel infantería

Estos nacionalistas insolventes piensan, por lo que se trasluce de sus conciliábulos, en una especie de «infiel infantería» cuando el tema está planteado, especialmente en una zona costera, en términos navales y aéreos, en satélites de observación, en sistemas antimisiles, en guerra electrónica, en control de comunicaciones vitales para Europa, todo ello coordinado en grandes áreas de cooperación, no solo a nivel continental sino trasatlántico, dentro de las estructuras militares integradas de la OTAN. El mundo occidental, con convulsiones evidentes en la ribera mediterránea y amenazas a medio plazo, inclusive de naturaleza nuclear, no puede permitirse el lujo de que se abra un boquete inerme con unos hipotéticos mozos aguerridos de insospechada vocación en la zona oriental de la Península Ibérica y, por ello, tanto las facilidades cooperativas y sus bases, centros de control de satélites, servicios de inteligencia y apoyos logísticos intercomunicados están planificados y programados de tal forma que la idea de crear una tropilla independentista, dirigida por un presunto traidor, es algo que no se concibe ni como la hipótesis más calenturienta. Es una inmensa estupidez que solo sirve para recordar, inoportunamente, la importancia de las armas como la «ultima ratio regnum».  

Lo único que sorprende de estas elucubraciones, a la sombra de Artur Mas y sus teóricos planificadores, es que puedan seguir disparatando sin réplica. Da la impresión que el Gobierno de España ha adoptado la actitud de tolerar sin avergonzarse las cosas de Artur Mas, como un padre que mira indolentemente las travesuras de un hijo malcriado. Como mucho se ha reducido el tratamiento del insensato malcriado a un conflicto puramente jurídico que se deja a los resultados de recursos judiciales. Pero las teclas que intenta tocar, en verdad que con poco éxito, Artur Mas van más allá de la responsabilidad de los jueces. Son los poderes políticos del Estado, ejecutivo y legislativo, los que tienen que garantizar la unidad nacional y la exigible lealtad de las autoridades territoriales, por autónomas que sean, en sus pasos fuera de sus competencias concretas. No puede contemplarse pasivamente el cultivo de gérmenes malignos sin aplicar antibióticos. Hay que recordar aquello que escribió, en su día, el poeta y premio Nobel William B. Yeats: «Lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada«. Esperemos que, recordando el bando del «conseller» Casanova en 1.714, alguien, por fin, haga algo «por su honor, por la Patria y por la libertad de España».  

 

 

 

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